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Un paseo por Sofía y Plovdiv 2. Hacia el hotel.


 

Había comprobado que mi hotel estaba cerca de una boca de metro (algo más alejado de lo que intuí en Google Maps) y me decidí por este medio. Sería mi primera inmersión en el ambiente cotidiano de los búlgaros. Cambié moneda (1,86 leva por euros), pregunté un par de veces y me dirigí con paso firme a la entrada.

Seguí un pasillo hasta una máquina expendedora. Una joven sacaba su billete y comentaba algo con el de seguridad.

-¿Eres español? -me preguntó, para mi sorpresa, en un perfecto español.

Contesté y le pregunté cómo sacar el billete. No había ventanilla. El precio era de 1,60 leva, al cambio, algo más de 80 céntimos de euro. Lo malo es que no llevaba más que una moneda de un lev. Ella sacó monedas de un bolsito y cubrió el resto.

La chica era un bombón. Rubia, de ojos azules y un tipazo que resaltaba buena ropa no demasiado ajustada. Guapísima. Era de un pueblecito cerca de la frontera con Grecia. De niña, su familia se había trasladado a España. Como el búlgaro soriano venía a visitar a sus padres y pasar las vacaciones. Fuimos haciendo un repaso de lugares interesantes en Sofía y alrededores, del monasterio de Rila, de Plovdiv, de las ciudades históricas, del mar Negro, que era la aspiración vacacional de todo buen búlgaro, residente o expatriado. Llegó el tren y entré algo precipitadamente.

La línea amarilla me llevó hasta la estación de Serdika, el nombre de la ciudad romana, y allí hice transbordo a la línea azul hasta Lavov most, el puente de los leones. Salí en una rotonda donde la vida se había extinguido y en el único restaurante abierto, en que estaban recogiendo, me orientaron para tomar el bulevar Slivnitsa, paralelo al río, que me conduciría hasta la calle del hotel, Hristo Botev. Todo estaba oscuro y un poco cutre. Me crucé con un par de tíos siniestros y me pregunté si me había equivocado en mi elección. El hotel Abrazo me sacó de dudas.

Me di una ducha, luché con el aire acondicionado, que se apagaba y encendía provocando un sobresalto, pasó un tranvía y vibró la habitación. Caí en la cómoda cama king size como un cesto.

Me había ganado el descanso.


 

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