Junto a la catedral católica
habían excavado y habían descubierto unos restos romanos de la puerta oeste y
la muralla. Al lanzar la vista sobre aquel entorno de edificios de hace varias
décadas me pregunté cuántos de ellos estaban sobre restos arqueológicos de
cierto interés. El subsuelo de Sofía era una caja de sorpresas.
La antigua ciudad romana afloró
cuando iniciaron las obras para ampliar la estación de metro, Serdika 2. Era
tan reciente que no aparecía nada de ello en mi guía. Con buen criterio habían
conservado aquel pasado remoto y ahora era posible su disfrute por todo aquel
que estuviera interesado. Todo estaba limpio y ordenado, con fáciles accesos y
paneles explicativos.
La importancia de Serdika quedaba
patente por la celebración de un concilio en 343 d. C. que reunió a todos los
obispos del Imperio Romano para discutir sobre la evolución de la iglesia y las
distintas tendencias surgidas, muchas de ellas condenadas posteriormente por
heréticas. Las reuniones terminaron sin acuerdo. Los obispos orientales
continuaron sus parlamentos en la casa del Emperador. Los occidentales en la
sede del Obispo. Escenificaron la primera disconformidad entre Oriente y
Occidente, un peligroso precedente del cisma que acaeció siglos después. La
religión era poder y cada pequeña unidad quería mantener el suyo.
Las ruinas junto al bulevar Princesa
María Luisa eran visibles desde uno de los poderosos edificios gubernamentales.
La parte más importante estaba cubierta y sufría la cercanía del metro, como
luego comprobé. Pagué la entrada y recorrí lo que fueron el antiguo cardo y
decumano, varias casas ilustres, unas termas, restos de las conducciones de la
ciudad, una basílica, unos mosaicos y otros elementos más o menos curiosos,
como una letrina. Los muros alternaban piedra con ladrillo. El edificio más
grande era la residencia del magistrado, de unos 950 m2.
El nombre de Serdika (o Serdica)
procedía de sus fundadores, la tribu tracia de los Serdi. Corrían los siglos
VIII a VII a.C. En el año 45 a. C. los romanos la conquistaron aprovechando la
muerte de su último rey, Rhoemetalces. Ganó su estatus de ciudad con Trajano
(98-117 d. C.) y se convirtió en capital de la Tracia interior en el siglo II. Marco
Aurelio y Cómmodo la dotaron de fuertes murallas para su defensa. Canalizaron
sus aguas termales y construyeron baños públicos. Los hunos de Atila asolaron
la ciudad en el 447. Justiniano, en el siglo VI, la reconstruyó y edificó la
basílica de Santa Sofía. Cambió su nombre al actual con los búlgaros.
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