Me equivoqué al tomar el bulevar
María Luisa, en honor a la esposa del príncipe y, posteriormente, zar Fernando
I, y aparecí junto al puente de los Leones. La avenida era irregular, con
buenos edificios, algunos reclamando una rehabilitación, otros horrorosos y
tiendas sin interés. El sol calentaba. En la acera de la sombra el frescor era
gratificante. Regresé por la acera del sol.
Cerca del monumento de Santa Sofía
me desvié a la derecha y encontré, por casualidad, la catedral de San José, de
rito católico, completando las principales religiones. Los católicos eran muy
minoritarios. Era curioso que en un espacio relativamente pequeño convivieran
ortodoxos, católicos, musulmanes y judíos, los tres credos monoteístas, las Gentes
del Libro con un pasado común. Denotaba tolerancia. La intransigencia de otros
tiempos parecía superada. Los lugares acostumbrados a las invasiones, y
Bulgaria era lugar de paso, tenían esa capacidad de adaptación. El periodo
comunista había desplazado la religión a un lugar secundario.
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