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Un paseo por Sofía y Bugaria 11. Una bronca en Sveta Petka


 

Antes de sentarme a comer me había deleitado con las iras de una cuidadora fácilmente encuadrable en un cuento gótico en la diminuta iglesia de Sveta Petka Samardzhiska. La guía resaltaba su interior y frescos. Había quedado encajonada en un extremo de la zona comercial y la entrada al metro. Penetré por instinto y encontré una familia que buscaba algún recuerdo litúrgico. Con naturalidad hice una foto de los iconos y me gané una bronca monumental en búlgaro. Los niños quedaron algo asustados y debieron temer que la cuidadora se transformara en algún ser maléfico que los devorara. Salieron segundos después. Pedí permiso para hacer otra foto y se rebotó de una forma heroica, como si resistiera una carga de las legiones romanas o de las hordas de los hunos de Atila. Además, en represalia, me espetó un claro “no visit”. Iluminó una estancia que parecía más una tasca de mala muerte que una capilla y entendí el mensaje: que me fuera a la puñetera calle. No hacía falta tener conocimientos básicos de búlgaro.

En general, impedían hacer fotos en las iglesias ortodoxas que aún mantenían el culto, aunque en ese momento no hubiera celebración alguna. En las de mayor interés artístico y turístico habían optado por hacer negocio: la entrada era gratuita, pero para hacer fotos había que pagar una cantidad de 10-12 leva (5-6 euros). En las que estaba prohibido, la gente ignoraba la prohibición y hacía fotos hasta que le echaban la bronca. Como no solía haber mucha vigilancia, los más atrevidos se las apañaban buscando los puntos negros de esa tímida seguridad. Jugaban al ratón y al gato. Reconozco que en alguna ocasión lo practiqué. Entono el mea culpa.

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