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En Gambia no pasa nada 115. Un himno de despedida.

 

Foto de Miriam

Guantanamera se ha convertido en el himno del grupo. La pusieron con cierta frecuencia en el viaje y desde la primera vez la cantamos con pasión bien dirigidos por la estupenda voz de Charito, que quizá la cargaba de nostalgia. Era la única que se sabía toda la letra. Hacía la voz solista y nosotros la acompañábamos con los coros con tono vibrante.

Nos hemos sentado en la mesa alargada que nos ha proporcionado el dueño libanés del Paradiso, el de las gambas con salsa que nos habían encantado al principio del viaje. Del local contiguo llega una sucesión de temas de Paul Anka que aburren estupendamente a la clientela, mayoritariamente compuesta por turistas ingleses y holandeses. Pasa una banda de jóvenes locales uniformados con chaqueta roja con botonería dorada y pantalón negro. Nos recuerdan a las bandas del ejército de salvación de las películas. Provocan un estruendo impresionante.

De pronto llegan los primeros acordes de nuestro himno y los acompañamos con nuestras voces, de forma espontánea, como lo más lógico y normal que debiera ocurrir. Cuando llega el segundo recitado ya lo acompañamos todos y elevamos la voz para que quede claro que es nuestro himno y que un himno se canta con fervor guerrero. Los turistas del norte de Europa nos miran primero con curiosidad y luego divertidamente. Seguro que no conocen la canción y menos aún que es nuestro himno. A la cuarta estrofa sacan los móviles y empiezan a grabar. Los camareros paran de servir, aplazan sus deberes y también nos graban con una abierta sonrisa. “¿Quiénes son esa panda de cantantes que se atreven a romper el secular aburrimiento del local?”, se deben de preguntar.

Nos animamos y continuamos cantando. Alí, el dueño, saca un tubo de confeti y lo dispara dejando asustado a Francesc por el ruido en su oreja y lo imprevisto. Cambiamos a I wish you merry chrismas en versión reggae y la coreamos como si acabaran de dar las campanadas y nos hubiéramos tomado las uvas. Celebramos nuestro particular año nuevo. Alí nos premia con una ronda de chupitos de vino dulce y luego con una segunda. Me pongo unas guirnaldas en la cabeza, lanzamos el confeti al aire y el desmadre es total. No podemos terminar el viaje con tristeza. Habrá que rematar la faena con la misma alegría de todos los días.

Tardaré mucho en olvidar ese momento. Mejor: no lo olvidaré.

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