Guantanamera se ha convertido en
el himno del grupo. La pusieron con cierta frecuencia en el viaje y desde la
primera vez la cantamos con pasión bien dirigidos por la estupenda voz de
Charito, que quizá la cargaba de nostalgia. Era la única que se sabía toda la
letra. Hacía la voz solista y nosotros la acompañábamos con los coros con tono
vibrante.
Nos hemos sentado en la mesa
alargada que nos ha proporcionado el dueño libanés del Paradiso, el de
las gambas con salsa que nos habían encantado al principio del viaje. Del local
contiguo llega una sucesión de temas de Paul Anka que aburren estupendamente a
la clientela, mayoritariamente compuesta por turistas ingleses y holandeses.
Pasa una banda de jóvenes locales uniformados con chaqueta roja con botonería
dorada y pantalón negro. Nos recuerdan a las bandas del ejército de salvación
de las películas. Provocan un estruendo impresionante.
De pronto llegan los primeros
acordes de nuestro himno y los acompañamos con nuestras voces, de forma
espontánea, como lo más lógico y normal que debiera ocurrir. Cuando llega el
segundo recitado ya lo acompañamos todos y elevamos la voz para que quede claro
que es nuestro himno y que un himno se canta con fervor guerrero. Los turistas
del norte de Europa nos miran primero con curiosidad y luego divertidamente.
Seguro que no conocen la canción y menos aún que es nuestro himno. A la cuarta
estrofa sacan los móviles y empiezan a grabar. Los camareros paran de servir,
aplazan sus deberes y también nos graban con una abierta sonrisa. “¿Quiénes son
esa panda de cantantes que se atreven a romper el secular aburrimiento del
local?”, se deben de preguntar.
Nos animamos y continuamos
cantando. Alí, el dueño, saca un tubo de confeti y lo dispara dejando asustado
a Francesc por el ruido en su oreja y lo imprevisto. Cambiamos a I wish you
merry chrismas en versión reggae y la coreamos como si acabaran de dar las
campanadas y nos hubiéramos tomado las uvas. Celebramos nuestro particular año
nuevo. Alí nos premia con una ronda de chupitos de vino dulce y luego con una
segunda. Me pongo unas guirnaldas en la cabeza, lanzamos el confeti al aire y
el desmadre es total. No podemos terminar el viaje con tristeza. Habrá que
rematar la faena con la misma alegría de todos los días.
Tardaré mucho en olvidar ese
momento. Mejor: no lo olvidaré.
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