Levantamos el vuelo y nos vamos
a tomar una copa: la última del viaje.
La marcha es impresionante y
llena de fiesta el ambiente. Todos los locales están a rebosar y no es fácil
elegir uno. En todos hay música en directo y gente bailando frenéticamente. En uno
parece que hay sitio al fondo. Como nosotros queremos bailar, nos metemos en la
pista y nos dejamos llevar por el ritmo.
El grupo anima el cotarro, la
cantante se esfuerza ante nuestra entrega y nosotros demostramos nuestro buen
entrenamiento para vivir la noche. Lo damos todo. Hace un calor húmedo tremendo
y aunque el local es abierto y con ventiladores la sudada es de campeonato.
Tengo la impresión de que se anima más gente y que la pista está maciza. La
cerveza cae en un instante. Después de un buen rato vamos saliendo para
recuperar el resuello.
La animación no decrece. Buscar
un sitio donde no tengamos el mismo problema de calor insufrible es imposible. Vamos
de un lugar a otro. Los locales más
animados están llenos. Al final acabamos regresando al hotel.
Aunque el bar está cerrado, las
chicas se ponen a jugar en el billar contiguo. Los tacos están para tirarlos,
sin que eso les importe. Los demás nos sentamos y Ramón empieza a contar
chistes. Está claro que el grupo se niega a rendirse. Aparece un tío que todos
creíamos era del hotel y nos ofrece su local para seguir la juerga.
Mañana no hay nada especial que
hacer. Nuestro único compromiso es el desayuno. Y la playa. Vamos marchándonos
a dormir.
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