Tendremos ya pocas ocasiones de
disfrutar, o sufrir, las calles polvorientas que no intento asignar a una u
otra ciudad. Por supuesto, el tráfico nos ha devorado y nos va regurgitando
hacia el restaurante para la comida. Nueva inmersión en caos urbanístico,
planificación gambiana que no ganará ningún concurso internacional, aunque gestiona
nuestras delicias enlatados en la furgoneta.
Es un repaso al comercio, a los
anuncios coloridos, a la arena y el polvo, a las sombrillas que
misericordiosamente apaciguan el sol sobre la gente y sus productos, a la
esencia pura de Gambia popular. En estas calles la ropa occidental no tiene
glamour, la ropa interior de mujer no produce excitación colgada de perchas en
una puerta de hierro desgastada. Se suceden las chozas de techo de chapa. Los
taxis amarillos son dignos de una exposición vintage. Es increíble la cantidad
de empresas de trading e import-export, que se anuncian. Al lado,
venden fruta.
El restaurante combina los dos
mundos. En la televisión ponen un partido de la Premier que causa los bostezos
de un pequeño grupo de aficionados. Un planazo, sin duda. El interior es
occidental con un dominante toque étnico. En la terraza, nos espera una larga
mesa. A unas decenas de metros unos buitres han conquistado una plataforma
cuadrada y se hacen ver al desplegar sus enormes alas. Están tranquilos. Quizá
han comido hace un rato y no les importa nada más que una buena digestión.
Esta vez los gustos se dividen
entre la comida italiana y la local.
Un crío, quizá hijo de la
cocinera, sale montado en su taka taka y revoluciona con su simpatía nuestra
espera. Más de uno hubiera competido por ser el primero en alzarlo al cielo con
sus brazos. Nos hemos vuelto más niñeros que cuando llegamos.
La cerveza nos repone. La comida
devuelve el color a las mejillas. No nos importa estar sudados. Mostramos
algunas de nuestras compras con el orgullo del deber cumplido. Todos hemos
superado objetivos.
0 comments:
Publicar un comentario