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En Gambia no pasa nada 104. Artesanías.


 

El segundo incumplimiento de mi promesa de no comprar es en la zona de artesanías. Otro mundo. Hasta se puede respirar sin problemas, el ambiente sazonado con serrín, pinturas y barnices. Impera el orden y cierta soledad. Los vendedores han despertado al oler carnaza, turistas que tienen que completar la lista de regalos y recuerdos. El grupo va goteando hacia esta zona, menos agobiante. Suenan los trabajos de carpintería. Mucho del mobiliario de los hoteles donde se alojan los turistas se fabrica aquí. Recuerda: “solo mirar”, como expresan siempre. No hacerlo es una afrenta. No queremos un conflicto.



Conchas marinas, cuadros hechos con arena, algunos francamente imaginativos, figuras estilizadas, algunas en equilibrio inestable, escenas étnicas, que es lo que vende, estilo claramente africano, máscaras, esculturas de tamaños inasumibles, koras, esos instrumentos de mástil largo y caja como de laúd primitivo, piezas esperando ser pintadas y dotadas de vida, pequeños ejércitos de piezas, algunas escondidas y olvidadas no se sabe por qué ya que son ingeniosas y transmiten mucho, los carpinteros a su bola, los artesanos en éxtasis creador, piezas que no hay forma de clasificarlas, menos mal, que así son más turbadoras, ejércitos pacientes a la espera de órdenes de combate, tortugas congeladas en su posición, barcas de pesca de forja, monedas, un soldado despistado entre animales salvajes, descuido de algún turista inocente, máscaras con melenas de trencitas y ojos que se marcharon dios sabe dónde, señoras orondas, animales con rasgos mitológicos. ¡Puff! No terminaría nunca.

Tardamos un poco en volver a reunirnos fuera. Aprovechamos para seguir enriqueciendo nuestra mente.



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