Desdichada la tierra que necesita
un héroe, escribió Bertold Brecht en su obra Vida de Galileo. Y no le
faltaba razón porque cada vez que algún iluminado convence al pueblo de que la Providencia
le ha enviado, para suerte de esas pobres gentes, para solucionar todos sus
males, por el simple influjo de su presencia en el poder, el resultado acaba
siendo desastroso.
Porque el héroe, al que
mantendremos el calificativo por imposición de la cita, empieza exaltando el
fervor popular que en ese instante se arrastra por las catacumbas. Él va a provocar
que las desdichas terminen y que se recupere el honor, la pasión patriótica,
los alimentos para todos, el trabajo justo y bien pagado para toda la población.
Un auténtico Mesías.
Sin embargo, algo falla. Se
puede imputar a quienes siempre ostentaron el poder antes del advenimiento del
héroe y que se niegan a desaparecer de la escena política. Lo mejor es buscar
un enemigo exterior, muy práctico y eficaz, al que se desvía la atención para
que no se concentre la ira en los grandes males reales. Que se olviden, aunque
no se solucionen. Para cuando la situación es insostenible se ha apoderado de
todos los resortes del poder y la propaganda y con ello se puede soterrar toda
la tragedia.
Sí, desafortunada la tierra que
necesita un héroe porque es probable que acabe rematándolo todo a peor. Aunque
su imagen siga siendo la del héroe.
El 22 de julio de 1994 el
oficial del Ejército Yahyá Jammeh derrocó en un golpe de estado al presidente
Dawda Jawara, que había accedido al poder de forma democrática a través de las
urnas, aunque se había convertido en uno más de los dirigentes autoritarios
africanos que se perpetuaban en el poder hasta que la corrupción, el desánimo y
alguna potencia extranjera invitaron al tirano a abandonar la poltrona. Pero,
como se dice popularmente, a veces sales de malo para entrar en malagón.
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