Banjul fue fundada por los
británicos en 1816 con el nombre de Bathurst, que fue Secretario de la Oficina Colonial
Británica. Su objetivo era establecer un puerto comercial en la desembocadura
del río Gambia y una base para impedir el tráfico de esclavos que había sido
prohibido en 1807. La abolición tuvo más de estrategia política que de medida
humanitaria. Las plantaciones de las antiguas colonias que se habían liberado
de Gran Bretaña y que habían formado Estados Unidos dependían de esta mano de
obra. El tráfico organizado y desalmado continuó durante varias décadas.
En 1973, cambió su nombre a
Banjul. Procede de “Bang julo”, que en mandinka es una cuerda hecha de
fibras vegetales de las plantas que se recolectaban en esta isla. El nombre de
la ciudad sería una apócope de “cuerdas”. Fue designada como capital del país
al ganar su independencia en 1965. La isla se llamó en tiempos coloniales Saint
Mary. Si no me fallan mis consultas, también se denominó Crab Island, isla
de los Cangrejos. Su población estaba sobre los 35.000 habitantes, aunque con
su área metropolitana multiplicaba por diez su población. Lo primero que nos
llama la atención es que cuenta con aceras. Algo impensable en los pueblos del
interior o en otros lugares más cercanos por donde trajinaba el pueblo
soberano.
Banjul será nuestro destino de
esa mañana.
El tráfico ha resucitado. Por el
caos de avenidas en construcción, algún desvío y calles sin demasiado interés
nos dirigimos a la capital. Nos sentimos como devorados por un animal
mitológico que estuviera en plena digestión interminable. No hay que perderse
el desfile desacompasado de la población local: muchos caminantes de ambos
sexos, mujeres de espléndidos vestidos que portan siempre algo sobre la cabeza,
críos que se mueven cansinos o en graciosos saltitos, vida cotidiana.
Quien busque monumentos
espectaculares debe considerar que Gambia no es su destino. Este país atesora otros
atractivos, como los paisajes, la naturaleza, la fauna, la flora o sus gentes. No
pretenda encontrar soberbias construcciones o museos de referencia. Quizá el
edificio más impresionante es la Asamblea Nacional, de aspecto vanguardista,
entre un platillo volante y un estadio de país árabe. Allí nos deposita Essa,
que esa mañana porta una gorra del Barça. Me hago una foto con él en señal de
concordia.
Ya en la ciudad, el tráfico es
escaso y apenas camina nadie por las calles. A pocos metros se alza Arco 22,
nuestra primera visita.
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