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En Gambia no pasa nada 94. Un apacible desayuno.


 

El ambiente de la mañana es sereno. El cielo azul claro, sin mácula, transparente y sincero, hace brotar una luz que dota a todo de unos colores que llenan el espíritu de optimismo. Los verdes son radiantes, las sombras suaves. Amarillos, pardos tenues y una paleta de colores acariciante me recibe en el jardín y me impulsa hacia la playa donde está el restaurante donde desayunaremos frente al mar.

Nuestros aficionados a la ornitología nos han contagiado el deseo de contemplar las aves que han salido de sus escondrijos para pasear, comer y saludarnos con sus cantos. Hacia la izquierda, entre las ramas de las palmeras, se delinea el palacio de congresos. A la derecha, varias construcciones, bungalows, una piscina y un espacio donde los monos campan a sus anchas. Un joven de seguridad me explica que les encantan los frutos de las palmeras y que se mueven por esa pradera, las terrazas de los edificios (cuidado con dejar algo en las mismas) y las altas matas pasando olímpicamente de los huéspedes del hotel. Quizá les han arrebatado una parte de su hábitat natural, pero se han adaptado perfectamente al nuevo. Fijando un poco la mirada, o atento al movimiento de las ramas, es fácil contemplarlos y que ellos fijen la vista en los ingenuos visitantes. Sigo bajando entre esa naturaleza domesticada y refrescante.



El canto de los pájaros y los chillidos de los monos son sustituidos por el tímido fragor del mar. Las olas continúan con su ritmo cansino. Las tumbonas están vacías, espectros de personas pasmadas mirando al mar, y es raro observar a alguien caminando o corriendo. El día aún se está desperezando.

Sentados en torno a una larga mesa están ya la mayoría de mis compañeros. El resto no tardará en llegar y reanudarán charlas y conversaciones. Me ausento mentalmente y me quedo con la vista fija en el mar. Las olas rompen demasiado lejos, o eso me parece. La arena está cubierta por la sombra clara de los edificios.

Tardan bastante en servirnos, a pesar de que Miriam, como siempre, tomó nota del desayuno. Las tortillas de vegetales, que es lo que he pedido, se eternizan y me entrego al café desleído para entretenerme. No me importa porque invierto la espera en el paisaje: lo merece. Temo que se hayan olvidado. Las traen cuando el resto ya ha terminado.

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