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En Gambia no pasa nada 93. Una noche de monos salvajes.

 


El regreso a un ámbito más urbano ofrece un enorme elenco de distracciones que no podemos desaprovechar después de varias noches en que deseamos cantar y bailar. Muchas de esas diversiones están a pocos metros, en Senegambia. Luego habrá que sufrirlas a la hora de dormir. Nuestra calle y la perpendicular son una sucesión de restaurantes para cualquier paladar, bares con música en directo, un casino, tiendecillas, un supermercado, casas de cambio que no duermen nunca, hoteles y lugareños deseosos de diversión y buscarse la vida. Mejor caminar lento para empaparse de ese ambiente de ocio aguerrido. La animación está garantizada.

The New Wild Monkey es uno de los locales más emblemáticos. Abierto, para que corra el aire, adornado, cómo no, con pinturas de monos casi caricaturizados en todas las posiciones y gestos, ofrece buena comida para cenar y un espectáculo de danzas locales de estupenda calidad. Cuando entramos solo hay dos mesas ocupadas. La gente llegará más tarde.

Impera la tranquilidad antes de servirnos la cena y hasta que tocan Guantanamera, que nos ha captado en los primeros días. Acompañamos la letra y conseguimos despertar a los escasos comensales. Quien parece el maestro de ceremonias, de singular aspecto y sexo más bien indefinido, nos va sacando a bailar hasta que todos compartimos la pista, hacemos un corro, el trenecito y acabamos provocando la atención de los transeúntes. Sin duda, animamos a bastante gente a entrar. Se van llenando las mesas. Quizá tengamos dotes de animadores.



Los primeros bailes nos parecen un poco sosos. El cuerpo de baile está amodorrado, reservando fuerzas. La orquesta de percusión formada por tambores, bongos, timbales y otros instrumentos va acelerando y construyendo ritmos más vivos. Los bailarines se animan, los ritmos étnicos son más frenéticos, descoyuntados, como buscando el éxtasis. El espectáculo impacta con su sonido en el cuerpo y con su intensa marcha en el espíritu en un crescendo potente. Acompañamos la música y las danzas con las manos, dando palmas y con el resto del cuerpo. Aflora el subconsciente, la pasión, lo más íntimo, el lado oscuro, la sexualidad expresada en los movimientos compulsivos.

Sacan a bailar a Isa y a María, que asimilan el ritmo fácilmente. Los locales que están entre el público saltan a la pista y vuelcan su pasión. Parece que compitieran por los pasos más arriesgados o más dramáticos. Serios, sonrientes, sudorosos, embrujados y embrujantes.

Cesa el espectáculo y nos marchamos. El grupo casi al completo se va a tomar una copa y a bailar un rato. Me siento desajustado y me voy al hotel. Necesito recomponerme para aprovechar los dos últimos días.

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