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En Gambia no pasa nada 90. El mercado de pescado de Tanji 2.


 

Miriam nos ha metido por un estrecho corredor entre las construcciones, las cajas y la gente. Por el centro corre un regato negruzco con un agua pestilente. Casi se agradece el aroma del pescado, fuerte, convencidos de que está a punto de pudrirse, lo cual no es cierto. Seguro que el pescado y el marisco que hemos comido y comeremos ha salido de aquí. Y nos ha entusiasmado, como nos entusiasma este mercado en que las ventas se suceden o se anclan bajo las costrosas sombrillas en que se intenta resguardar el que puede.



Los plásticos son omnipresentes. El fuerte olor a sudor de los trabajadores flota compitiendo con el resto de los olores. Busco aromas que no sean tan hirientes.

Alcanzamos la orilla y caminamos procurando esquivar a la gente, no mojarnos los pies con las olas (no lo consigo) y no darnos un golpe con cajas, maderas, carretillas o cualquier otro objeto tirado por el suelo. Muchas barcas están despobladas y se balancean ligeramente, agitan sus estandartes, las banderas de varios países. Son de puntal alto, estrechas y alargadas, las proas adornadas como para una romería marina con ojos que se clavan en nuestra mirada, peces, nombres, colores organizados en bandas en una decoración festiva.



Las más cercanas solicitan la ayuda de hombres que se ponen a un costado y descargan las capturas. Las redes aún están desordenadas en cubierta. Cuando todo está descargado arrastran la barca hasta la arena y entre todos la depositan en la playa fuera del alcance de las aguas. Es una maniobra solidaria. Si fuera necesario nosotros también contribuiríamos. Esto ocurría en nuestra tierra no hace tantos años.

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