Antes de comer vamos al mercado
de artesanía de Brikama. En contra de lo que suele ser habitual en este tipo de
mercados es un lugar tranquilo. La quietud queda alterada por algún martilleo
sobre la madera, el aroma de ésta que flota en el ambiente y las risas de unos
niños que tratan de charlar un rato. No les hago demasiado caso y ellos tampoco
se esfuerzan mucho. Les llama la atención mi cámara que en cuanto pongo hacia
abajo saca toda la trompa del objetivo.
Tengo la fea costumbre de que al
comprar mi primer recuerdo mi instinto consumista se excita y acabo puliéndome
la pasta en un instante. Esta vez no será una excepción.
Los vendedores de cualquier
mercado popular del mundo son infinitamente más avispados que los directores de
ventas de las grandes multinacionales. Detectan inmediatamente quién es un
potencial vendedor y atacan de frente con una maniobra envolvente. En el fondo,
el comprador está maduro para aflojar el bolsillo.
Miriam no nos ha llevado constantemente
de tiendas o fábricas, como hacen otros guías y turoperadores. Los españoles no
entendemos un viaje sin compras. No es mi caso. Nos ha dado tiempo para
acercarnos donde queramos, nos ha dado unas pequeñas instrucciones y no ha insistido
mucho en este capítulo. Está claro que han erradicado las comisiones.
Voy avanzando y todos los
vendedores me invitan a entrar en sus tiendas, pequeñas, abiertas y sencillas. No
soy una excepción: invitan a todos los del grupo. Insisten, lo normal en su
profesión. Es una cuestión de honor. Saben que si entras han avanzado bastante.
Si tomas una pieza son conscientes de que te la llevarás.
-Solo mirar. No pasa nada -es su
consigna, que expresan con gracia en un muy decente español.
0 comments:
Publicar un comentario