Repasando mentalmente mis ideas
y los comentarios que han surgido a lo largo del viaje, soy consciente del
drama que han vivido durante siglos los gambianos, primero con la esclavitud y
en la actualidad con la pobreza. Han pasado de ser arrebatados de sus hogares
para enviarlos a lejanos países, a un nuevo drama protagonizado por la pobreza
que les impulsa a emigrar hacia “El Dorado” europeo u occidental. La
segregación será racial, aunque esencialmente, económica. Un científico de
cualquier raza o país es siempre bien acogido. Sin embargo, la pobreza provoca
rechazo. Después de haber arriesgado la vida (o dejarla en el camino ya que el
95% de los que inician la emigración no llegan al destino deseado, según afirma
Kalilu en su libro), de haber sufrido todos los males imaginables, como robos,
engaños, violaciones, palizas, torturas y algo más, al entrar en Europa
provocan odio y rechazo y están condenados a ser la mano de obra explotada a la
que se destinan los peores trabajos. Sin duda, los dioses no se han acordado de
ellos.
Kalilu trabajó en un hotel
durante cuatro años. El golpe de Estado de Jammeh provocó un boicot
internacional que dejó tocado el turismo, la segunda fuente de ingresos del
país. Fue despedido, montó un pequeño negocio que luego tuvo que abandonar y
decidió buscar mejorar su vida y la de su familia. Pensaba que sería algo duro.
Nunca pensó que coquetearía tanto y tan cerca con la muerte.
Recuerdo el subtítulo de El
sueño de África, de Javier Reverte: En busca de los mitos blancos del
continente negro. Por ese libro desfilaban exploradores, comerciantes o
misioneros, auténticos pioneros en el continente, que entre finales del siglo XIX
y principios del XX buscaron la gloria bien apoyados y patrocinados por
organismos poderosos, mecenas ricos, promotores o periódicos que pusieron a su
disposición los medios materiales más avanzados para que pudieran “domesticar”
en las mejores condiciones aquellos medios hostiles. La gente como Kalilu no
contó con esos medios y su sueño fue simplemente progresar, alimentar a su
familia, salir de la marginalidad. Su lucha era de otra clase.
Empezó su viaje al “paraíso” en
agosto de 2002. Su primer intento, desde Dakar, en avión, le llevó a Trípoli y
Argel. Fue breve: le deportaron nada más bajar del avión. Para la segunda, se
dirigió a Mali, Burkina Faso, Níger, Libia y Argelia. En el tercer intento, cruzó
Mali y Argelia, atravesó Marruecos y desde El Aaiún, en el Sáhara Occidental,
saltó a Lanzarote, adonde llegó el 14 de diciembre de 2003 en una patera. Pasó
un tiempo en Austria e Italia y en enero de 2005 se instaló en Blanes. En 2006
regularizó su situación y obtuvo el permiso de residencia. Desde su Fundación
quiso mostrar a su pueblo la verdad sobre esa emigración sin papeles. Muchos
otros optaron por el silencio y se negaron a expresar el horror sufrido.
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