Noto que todos estamos cansados,
pero nadie quiere irse a dormir. Miriam hace un breve resumen de nuestras
actividades para el día siguiente, como ha hecho el resto de los días, y la
escuchamos atentos sentados en las sillas en círculo. Un círculo de poder para
deleitarnos con la noche de una forma sencilla, sin esos aditamentos habituales
en nuestro mundo dominado por las máquinas y los ordenadores.
El cielo está despejado y la
ausencia de contaminación lumínica nos regala un cielo en que las estrellas se
definen con intensidad, mucho más relucientes que en mi querida Madrid. No suelo
contemplar las estrellas, salvo cuando salgo de mi ciudad. Es el problema que
tenemos los urbanitas. Me encantaría saber identificar las constelaciones y
recordar aquellos pequeños trucos que me enseñaron para situarlas en la cúpula celestial
cada vez que he salido a avistarlas. Me he sentido como un demiurgo. Me
conformo con observarlas y trazar sus formas. Alguna estrella fugaz nos
sorprende. Los más valientes tratan de fotografiarlas, con distinto éxito.
Tomás bromea repitiendo términos
cubanos y Charo le da la réplica. Nos reímos mucho y se anima la noche.
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