Jirong, el pueblo de Kalilu, fue
un importante centro cacahuetero. En la década de los 90, los comerciantes de
la zona decidieron trasladarse a la capital, a Banjul. El pueblo fue
languideciendo al ritmo marcado por la emigración. Quedó deshabitado y la
naturaleza no tardó en devorar el espacio ocupado por el hombre.
Kalilu fue también un emigrante,
aunque le tocó vivir su aventura de una forma ilegal y salvaje. Soñó con
alcanzar Europa y lo consiguió tras tres intentos, dos años, 17.000 kilómetros
recorridos de todas las formas imaginables y todas las tenebrosas penurias que
cualquiera pueda plantearse. De Canarias saltó a Cataluña y allí encontró la
estabilidad económica y personal. También el amor. Regularizó su situación y
lejos de olvidar sus raíces aprovechó su experiencia para ayudar a las gentes
de su país y, especialmente, de su pueblo.
Regresó a Gambia e inició la
búsqueda del pueblo en que había nacido y donde transcurrieron sus primeros
años de vida. No fue fácil porque había desaparecido y estaba bajo una densa
capa de matorrales, bosques e intrincadas ramas que impedían el acceso. Trató
de orientarse entre aquella jungla y se abrió camino a golpe de machete. Con fe
logró localizarlo, lo desbrozó y se puso manos a la obra para revitalizarlo. Iniciaba
su sueño de ayudar a sus congéneres.
Essa se ha empleado con toda la
pericia que le caracteriza para atravesar la senda polvorienta que nos lleva
hasta Jirong. Al final de la misma respira una pequeña aldea habitada por unas cincuenta
personas que hacen realidad el proyecto de Kalilu. Hace un año inauguraron el
orfanato. Funciona también un colegio que forma a los niños para enfrentarse en
las mejores condiciones a un mundo que ha pasado a ser esperanzador gracias a
este personaje al que no tendremos la suerte de conocer en persona. Regresará
cuando nosotros hayamos partido. Nos recibe su hermano, Alija.
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