Paramos en Parafenni, cerca de
la frontera de Senegal, a 5 kilómetros. Es un cruce de caminos, una población
grande que vibra con el mercado instalado a los lados de la carretera y
prolongado hacia el interior. Regresa el color. Algunas mujeres quieren que las
fotografíe, otras se niegan con furor. Hago una foto y una se queja de que la
he sacado. Se la muestro y la borro. Repito con otra mujer, que se muestra
encantada y alza el pulgar en signo de amistad. Sus ojos me miran con una paz
infinita, como si estuviera frente a una filósofa que se ha desplazado al
mercado para empaparse de la vida y tiene que simular ser una vendedora más.
Los rostros de las mujeres son
hermosos, diría que felices, impregnados de simpatía que se asoma a sus
sonrisas. Su vida es sencilla y muchas veces la sencillez es la base de la
felicidad.
Los productos compiten en mi
atención con los colores de los vestidos y tocados de las mujeres.
Un comerciante me muestra
monedas de África Occidental Francesa, que asocio con Senegal, aunque son
comúnmente aceptadas en los otros países de la zona que estuvieron bajo el
dominio francés. Son monedas de 50 y 100 francos. Ahora me arrepiento de no
haberlas comprado para mi colección.
Me llama la atención un puesto
en donde venden libros y juegos en español y en catalán. Claro que la pregunta
sería quién va a comprar esos objetos en este pueblo de la Gambia profunda.
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