El sol pega de forma contundente
por lo que buscamos la sombra siempre que la permite alguno de los frondosos
árboles salpicados por la zona. Son escasos. Caminamos y vamos examinando los
círculos formados por columnas redondas de laterita. Su color rojo oscurecido, casi
negro en algunas partes, procede de su riqueza en hierro. Su piel pétrea me recuerda
a las rocas de origen volcánico. Essa desmiente ese origen. Las columnas
proceden de una cantera localizada a unos 200 metros del yacimiento. Quizá sean
redondas para facilitar su transporte.
Cada uno de los círculos rodeaba
una tumba donde debieron enterrar a reyes, jefes o altos personajes, gentes de
la clase superior y dirigente. El culto a los muertos es una constante en todas
las culturas antiguas. Esa tradición pervive en nuestros días. La variedad de
sus manifestaciones es inmensa, aunque se encuentran concomitancias en unas y
otras culturas, como si todas procedieran de la misma raíz y se extendieron
posteriormente. Otra teoría apunta a que surgieron en varios lugares
independientes al ser una constante en el pensamiento humano, al margen del
tiempo y el espacio, un eterno humano.
Inmediatamente, nos llaman la
atención las piedras que coronan las columnas o que ocupan toda la superficie
de las que están caídas. Sin duda, son recientes. Quien las ha depositado allí
ha pedido un deseo y Miriam nos anima a seguir esa costumbre. Encuentro una que
quizá se haya caído de alguna columna, cierro los ojos con convicción, revuelvo
en mi corazón y formulo fervorosamente mi deseo. Espero que se cumpla.
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