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En Gambia no pasa nada 70. Huyo para perseguir un sueño.


 

¿De qué huyes o qué persigues? Es quizá la mejor pregunta que se puede formular un viajero cuando ha transcurrido una parte importante de su aventura. Porque algo tiene que buscar para embarcarse en tantos enredos, salir de su comodidad y entregarse a muchas situaciones que rechazaría en condiciones normales.

Todos huimos de algo que desearíamos estuviera muy lejos de nosotros y anhelamos eso que nos atrae con cantos de sirena y que perseguimos irracionalmente, en opinión de cualquier observador objetivo. Pero la objetividad es impropia del apasionado viajero que se decantó por el camino difícil, sinuoso, estrecho y empinado, el que aparece en la Biblia o en las leyendas populares y que sigue el elegido o el héroe de la historia. Al viajero le encantaría ser protagonista de uno de esos cuentos que entroncan con el pueblo soberano, sabio en su intuición. No le va el papel de observador, aunque contemplar es enriquecedor y lo practica con la mayor de las ilusiones.

Algo impregna mis ojos y mis oídos, mis sentimientos y mis entrañas cuando viajo. Me ocurre algo parecido a cuando me enamoro. Quizá viajar sea una forma de enamoramiento. Lo que algo o alguien puso en mis sentimientos transporta mi percepción a otros ámbitos: idealizo el momento, el lugar, la escena, la persona. Lo que está fuera sigue permanente en su esencia, a la que no me sujeto: provoco una metamorfosis, una metáfora que elevo a los altares. Es una catarsis, una purificación, un bautizo.

Sí, huyo para perseguir un sueño.

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