¿De qué huyes o qué persigues? Es
quizá la mejor pregunta que se puede formular un viajero cuando ha transcurrido
una parte importante de su aventura. Porque algo tiene que buscar para
embarcarse en tantos enredos, salir de su comodidad y entregarse a muchas
situaciones que rechazaría en condiciones normales.
Todos huimos de algo que
desearíamos estuviera muy lejos de nosotros y anhelamos eso que nos atrae con
cantos de sirena y que perseguimos irracionalmente, en opinión de cualquier
observador objetivo. Pero la objetividad es impropia del apasionado viajero que
se decantó por el camino difícil, sinuoso, estrecho y empinado, el que aparece
en la Biblia o en las leyendas populares y que sigue el elegido o el héroe de
la historia. Al viajero le encantaría ser protagonista de uno de esos cuentos
que entroncan con el pueblo soberano, sabio en su intuición. No le va el papel
de observador, aunque contemplar es enriquecedor y lo practica con la mayor de
las ilusiones.
Algo impregna mis ojos y mis
oídos, mis sentimientos y mis entrañas cuando viajo. Me ocurre algo parecido a
cuando me enamoro. Quizá viajar sea una forma de enamoramiento. Lo que algo o
alguien puso en mis sentimientos transporta mi percepción a otros ámbitos: idealizo
el momento, el lugar, la escena, la persona. Lo que está fuera sigue permanente
en su esencia, a la que no me sujeto: provoco una metamorfosis, una metáfora
que elevo a los altares. Es una catarsis, una purificación, un bautizo.
Sí, huyo para perseguir un sueño.
0 comments:
Publicar un comentario