Me quedo un rato junto al río en
la zona de terraza del lodge. Contemplo con compasión la derrota del día,
la sumisión a la penumbra que en pocos minutos será oscuridad. Observo con
compasión, aunque sin lástima, consciente de lo efímero y cíclico que le da un
valor temporal que solo la memoria puede preparar para ser acunado en la
sensibilidad interior.
El río volverá a ser iluminado
con fuerza por el sol, el sol se envalentonará en lo más alto del cielo,
derramará reflejos plateados que irritarán sin piedad nuestros ojos.
Revitalizado, el río se dejará hacer complaciente, prestará su espalda recta
para un nuevo espectáculo de fuerza del día.
Me fijo en el horizonte
desgastado donde aún perviven los gestos cariñosos de los enamorados que no
necesitan palabras. Sólo necesitan un corazón que les comprenda. Son
comunicación en estado puro, vivificador, generador de sentimientos. Cautivan
los retazos moribundos del sol que dibujan colores imposibles en la lejanía.
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