Hasta la aparición de nuevos
animales observamos la lujuriosa selva, impenetrable, no muy alta, misteriosa. El
avance de la embarcación me traslada a La reina de África, de John Huston,
con Katherine Hepburn y un desmejorado Humphrey Bogart que ya estaba aquejado
de su enfermedad mortal. El joven que controla el barco no se parece a él en
nada. Me mira serio, concentrado.
La excursión me trae gratos
recuerdos cinematográficos. Aunque la saga de El planeta de los simios sea
desasosegadora.
Buscamos el segundo objetivo:
los hipopótamos. Los observamos poco después. Están pegados a la orilla. Asoma
un soberbio lomo, se hunde sin estrépito, asoman las orejas y los ojillos.
Contamos cuatro ejemplares, uno de ellos una cría que juguetea con su madre. El
macho bosteza abriendo una inmensa bocaza que deja una de esas imágenes
icónicas. Continúan las alternancias de inmersión y superficie. Se desplazan
muy poco. Están acostumbrados a los visitantes y saben que no corren ningún
peligro. Nosotros sabemos que no van a tratar de amedrentarnos. Son animales
extremadamente peligrosos, rápidos, letales. Mejor llevarse bien con ellos. Todos
contentos.
Ahora nos concentramos
nuevamente en las aves, quizá águilas. Nos regalan la presencia de otro tímido
chimpancé.
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