A un par de cientos de metros
languidece el poblado con las barcas para la excursión a Baboun Island, una de
las muchas islas que pueblan el río Gambia. Está deshabitada. Su atractivo es
la flora y la fauna. Está prohibido acceder a la misma. Es el perfecto
santuario natural.
Nos resguardamos a la sombra de
poderosos árboles como guerreros petrificados con pies palmeados que forman una
estructura de rayos de sol. Las alargadas y estrechas canoas que utilizan para
la pesca y el transporte dormitan con sentido geométrico. Las mujeres lavan la
ropa y unos críos nos miran con curiosidad. Dos hombres descansan bajo un chamizo.
En una de las barcas vamos
Charo, Isabel, Ramón, Francesc y Sallo. Éste va desmadejado y descabeza un
sueño. Essa, el conductor, sufre los mismos males, aunque la ausencia de
obligaciones esta tarde le permite recuperarse en su habitación. El resto del
grupo va en otra barca que se desplaza primero a recoger al ranger y los
permisos.
Quedo admirado por la anchura
del río, una vez más. No me acostumbro a la extensión de sus aguas. La línea
del horizonte es una delgada cinta verde donde sobresale alguna palmera. Me
encanta el reflejo de esa tupida naturaleza. El ruido del motor, a una
velocidad suave, es como un arrullo mecánico. Hipnotiza.
Francesc va ojo avizor. Canta
las aves que divisa con sus prismáticos. A veces es un simple punto de
diferente color sobre una rama o entre el follaje, intrascendente para el no
iniciado. Abundan las palomas. También observaremos kingfisher, águilas,
garzas y otras especies. Hay que estar atentos, no bajar la guardia.
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