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En Gambia no pasa nada 64. Por las plácidas aguas del río


 

A un par de cientos de metros languidece el poblado con las barcas para la excursión a Baboun Island, una de las muchas islas que pueblan el río Gambia. Está deshabitada. Su atractivo es la flora y la fauna. Está prohibido acceder a la misma. Es el perfecto santuario natural.

Nos resguardamos a la sombra de poderosos árboles como guerreros petrificados con pies palmeados que forman una estructura de rayos de sol. Las alargadas y estrechas canoas que utilizan para la pesca y el transporte dormitan con sentido geométrico. Las mujeres lavan la ropa y unos críos nos miran con curiosidad. Dos hombres descansan bajo un chamizo.



En una de las barcas vamos Charo, Isabel, Ramón, Francesc y Sallo. Éste va desmadejado y descabeza un sueño. Essa, el conductor, sufre los mismos males, aunque la ausencia de obligaciones esta tarde le permite recuperarse en su habitación. El resto del grupo va en otra barca que se desplaza primero a recoger al ranger y los permisos.

Quedo admirado por la anchura del río, una vez más. No me acostumbro a la extensión de sus aguas. La línea del horizonte es una delgada cinta verde donde sobresale alguna palmera. Me encanta el reflejo de esa tupida naturaleza. El ruido del motor, a una velocidad suave, es como un arrullo mecánico. Hipnotiza.



Francesc va ojo avizor. Canta las aves que divisa con sus prismáticos. A veces es un simple punto de diferente color sobre una rama o entre el follaje, intrascendente para el no iniciado. Abundan las palomas. También observaremos kingfisher, águilas, garzas y otras especies. Hay que estar atentos, no bajar la guardia.

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