Leí que Janjanbureh contaba con
una de las mayores prisiones del país. Contrasta con la tranquilidad del lugar,
que confirmamos en la comisaría. Miriam es amiga del inspector, que nos invita
a entrar en las dependencias, nos muestra el libro registro y remarca la baja
delincuencia. No suele haber más de una actuación al mes. Las celdas están
vacías y aprovechamos para visitarlas. No me gustaría probarlas.
Esa tranquilidad se manifiesta
en las bicicletas aparcadas en el interior. O el coche patrulla en el patio,
averiado. El inspector, que es un cachondo mental, nos anima a donar los 200 euros
que costaría la reparación. El patio lo cierran las viviendas.
Continuamos recorriendo el
pueblo. Sallo nos lleva a un platero. Su taller es primitivo. Sigue trabajando
como hace décadas. Nos ofrece té, como marca la hospitalidad tradicional, y nos
explica el proceso. Es un buen artesano. Las piezas están tan bien trabajadas
que la mayoría picamos. Compro una pulsera para mi sobrina nieta.
Queda poco por hacer en el
pueblo. Nos acercamos a la orilla de la isla. Essa ha cruzado por la mañana en
el transbordador para que nosotros lo hagamos cuando queramos en las barcas que
nos esperan. Todo un detalle para que aprovechemos mejor el tiempo. Nos ponemos
los chalecos y disfrutamos de esa breve travesía. El Gambia baja suave y con su
tradicional color chocolate. Al otro lado hay una pequeña aldea en donde se
acumulan varios vehículos.
Atravesamos una zona de
arrozales y nenúfares. Los baobabs siguen protagonizando el campo. En pocos
minutos alcanzamos nuestro lodge: Kairoh Garden Kuntaur.
Dejamos nuestro equipaje en las
habitaciones y disfrutamos de una comida junto al río a base de berenjenas
rebozadas, pasta y una deliciosa salsa con cebolla y verduras. No sé qué es más
delicioso si la comida o el paisaje con el ancho y reposado río.
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