Vamos al restaurante de Sallo, Yaya’s.
Ahora lo regenta su cuñada. Allí conoció a Xavi y a Laura. Entramos al comedor
y la cocina. Nos gustan los murales con motivos locales.
Los chavales que nos acompañan
quieren un balón para jugar al fútbol. María y Ángel se lo regalan y los niños
reaccionan con euforia. Miguel Ángel reparte a los críos pantalones del Real
Madrid y algunos caramelos. Otros les regalamos lápices y cuadernos. Se corre
la voz y se concentra una tropa de niños. Cada uno quiere su parte del botín y
se monta un jaleo tremendo. El dueño de un comercio en el que entramos trata de
sacar tajada y sube los precios. Le pedimos moderación.
Después de este paseo regresa a
mi mente un texto de Javier Reverte que leí en su libro El sueño de África
que resalta los males que afligen a este continente que parece olvidado de la
mano de dios. Lo recuerdo y contrasto con lo que me ofrecen esas calles, esos
lugares. También las sonrisas de los niños, a veces matizadas por sombras de
tristeza y desesperanza:
África, la
mortalidad infantil once veces más alta que en Europa. África, una esperanza
media de vida que no pasa de los cincuenta años. África, la superpoblación, la
pobreza, el hambre, la incultura, la corrupción política, las epidemias, la
explotación incontrolada, las drogas, los refugiados, la bancarrota, la sequía
y la guerra. África, sin otra esperanza que el humanitarismo. África, las
dictaduras asesinas y las democracias pervertidas. África, sin universo moral
propio, destruido sistemáticamente por los europeos desde hace cuatrocientos años.
África, el Tercer Mundo del Tercer Mundo. África, la barbarie en Ruanda, la
hambruna en Somalia, la tiranía asesina de Nigeria, los “señores de la guerra”,
los mercenarios, el rigor islámico, el perfume de las corrupciones, los odios
tribales y la vida cotidiana al lado de la muerte. África, el horror del alma
humana en el espejo.
Nuestros pasos nos conducen
hasta el árbol de la libertad.
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