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En Gambia no pasa nada 57. La Escuela Metodista y el sistema educativo.


 

Las instalaciones de la escuela son sencillas y dignas. Leo con detenimiento las declaraciones de principios que imperan en los muros que dan al patio y que son un resumen de cómo plantean la educación como oportunidad para el desarrollo de las potencialidades.

Esos principios se trasladan al interior de las aulas donde nos reciben con estruendo los chavales perfectamente uniformados y limpios, alegres, extrovertidos, expresivos. Algunos nos miran serios, interrogativos. Me gustaría adivinar lo que piensan.

La profesora nos informa de que allí permanecerán los niños hasta los 12 años. Como son muy numerosos, los distribuyen en turnos de mañana y tarde. Ocupan también otras dependencias. Algún alumno acude con retraso.

Recordé que el gasto público en educación para 2022 fue de 43,8 millones de euros sobre un total de 438 millones de euros del presupuesto público. En 2020 el gasto en educación per cápita fue de 17 euros.



En el artículo “El español en África”, de Leyre Alejandre Biel, que localicé en el centro virtual del Instituto Cervantes, y que debió de escribir en 2012, destacaba que la educación en Gambia era obligatoria y gratuita. Sin embargo, la tasa de escolarización era del 50 por ciento. La mayoría de los niños gambianos no asistía al colegio más que dos años y medio. La causa era el coste del material escolar esencial que incluía el uniforme, el escudo del colegio, los zapatos, la bolsa para los libros, un cuaderno y un lápiz. Eso sumaba unos 15 euros. Las tasas eran de un euro y medio.

Había cuatro niveles educativos: preescolar, básica, de los 7 a los 15 años, secundaria, de los 16 a los 18 años, y superior. Esta última estaba compuesta por tres instituciones: la Escuela de Hostelería, muy vinculada con proyectos españoles, la Escuela Técnica y la Universidad de Gambia.



El francés y el árabe son asignaturas obligatorias. El inglés es el idioma oficial, el utilizado por la administración. Solo quienes acuden al colegio lo pueden aprender, de ahí que una parte importante de la población siga hablando las lenguas locales. Contabilizaban diez lenguas nativas. Las tres más utilizadas eran el mandinka (40 por ciento de la población), el pulaar y el wolof. Les seguían el soninke y el jola-fongi. El flujo de refugiados senegaleses había provocado un fenómeno de wolofización. Este era el idioma utilizado en el comercio, la universidad y las zonas más turísticas. Los senegaleses gozaban de un gran poder comercial.

El gobierno pretendía mantener las lenguas vernáculas y su cultura con la enseñanza en los tres primeros años de escolarización. Después, las clases se impartían en inglés. El problema para la efectividad de ese esquema era que carecían de profesores cualificados para la enseñanza de unas lenguas que eran ágrafas, de tradición oral, sin gramática o literatura escrita.

El español disfrutaba de poca presencia. La crisis de 2008 supuso recortes en los fondos para el desarrollo en países subdesarrollados. No obstante, desde 2011 se enseñaba español en Gambia. La autora del artículo fue lectora en este país y formó a un grupo de estudiantes que luego enseñaron a otros alumnos en la Universidad de Gambia.

Venezuela y Cuba mantuvieron intercambios que fomentaron la enseñanza del español. Pero sin fondos y una estrategia global era complicado consolidarla.

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