Las instalaciones de la escuela
son sencillas y dignas. Leo con detenimiento las declaraciones de principios
que imperan en los muros que dan al patio y que son un resumen de cómo plantean
la educación como oportunidad para el desarrollo de las potencialidades.
Esos principios se trasladan al
interior de las aulas donde nos reciben con estruendo los chavales
perfectamente uniformados y limpios, alegres, extrovertidos, expresivos.
Algunos nos miran serios, interrogativos. Me gustaría adivinar lo que piensan.
La profesora nos informa de que
allí permanecerán los niños hasta los 12 años. Como son muy numerosos, los
distribuyen en turnos de mañana y tarde. Ocupan también otras dependencias. Algún
alumno acude con retraso.
Recordé que el gasto público en
educación para 2022 fue de 43,8 millones de euros sobre un total de 438
millones de euros del presupuesto público. En 2020 el gasto en educación per
cápita fue de 17 euros.
En el artículo “El español en
África”, de Leyre Alejandre Biel, que localicé en el centro virtual del Instituto
Cervantes, y que debió de escribir en 2012, destacaba que la educación en
Gambia era obligatoria y gratuita. Sin embargo, la tasa de escolarización era
del 50 por ciento. La mayoría de los niños gambianos no asistía al colegio más
que dos años y medio. La causa era el coste del material escolar esencial que
incluía el uniforme, el escudo del colegio, los zapatos, la bolsa para los
libros, un cuaderno y un lápiz. Eso sumaba unos 15 euros. Las tasas eran de un
euro y medio.
Había cuatro niveles educativos:
preescolar, básica, de los 7 a los 15 años, secundaria, de los 16 a los 18 años,
y superior. Esta última estaba compuesta por tres instituciones: la Escuela de Hostelería,
muy vinculada con proyectos españoles, la Escuela Técnica y la Universidad de
Gambia.
El francés y el árabe son
asignaturas obligatorias. El inglés es el idioma oficial, el utilizado por la
administración. Solo quienes acuden al colegio lo pueden aprender, de ahí que
una parte importante de la población siga hablando las lenguas locales.
Contabilizaban diez lenguas nativas. Las tres más utilizadas eran el mandinka
(40 por ciento de la población), el pulaar y el wolof. Les
seguían el soninke y el jola-fongi. El flujo de refugiados
senegaleses había provocado un fenómeno de wolofización. Este era el
idioma utilizado en el comercio, la universidad y las zonas más turísticas. Los
senegaleses gozaban de un gran poder comercial.
El gobierno pretendía mantener
las lenguas vernáculas y su cultura con la enseñanza en los tres primeros años
de escolarización. Después, las clases se impartían en inglés. El problema para
la efectividad de ese esquema era que carecían de profesores cualificados para
la enseñanza de unas lenguas que eran ágrafas, de tradición oral, sin gramática
o literatura escrita.
El español disfrutaba de poca
presencia. La crisis de 2008 supuso recortes en los fondos para el desarrollo
en países subdesarrollados. No obstante, desde 2011 se enseñaba español en
Gambia. La autora del artículo fue lectora en este país y formó a un grupo de
estudiantes que luego enseñaron a otros alumnos en la Universidad de Gambia.
Venezuela y Cuba mantuvieron
intercambios que fomentaron la enseñanza del español. Pero sin fondos y una
estrategia global era complicado consolidarla.
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