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En Gambia no pasa nada 53. Portugal a la conquista del Atlántico y África Occidental.


 

Con la toma de Faro en 1249 por el rey Alfonso III de Portugal nuestro país vecino concluía su Reconquista. Al estar constreñido por Castilla, sus opciones de expansión le obligaron a explorar el Atlántico y África. Tardaron más de un siglo en iniciarla. La primera fase la protagonizó el príncipe Enrique de Portugal, quien nació en 1394 fruto de la unión entre Juan I, el Grande, y Felipa de Lancaster. Recibió una extensa y exquisita formación esencial para dirigir esa expansión colonial. Se dice que fue uno de los mejores matemáticos de su época. Su vocación marítima se aprecia en la fundación de una escuela naval, astilleros y arsenales, en 1416, en la villa denominada Tercera Naval, hoy Sagres. Se discute sobre la existencia de tal escuela naval pero indudablemente en torno al príncipe Enrique hubo una corte científica y técnica orientada a la navegación.

La primera gran conquista tuvo lugar en 1417 con la toma de Ceuta, importante plaza comercial y uno de los puertos que dominaba el acceso al Mediterráneo. En 1418 Bartolomé Peres descubrió la isla de Porto Santo y en 1419 Juan Gonzalves Zarco y Tristán Vaz Tejeira hicieron lo propio con Madeira. Llegaron a las Azores en 1432.

Para contextualizar, la conquista de Canarias por Betancourt se inicia en 1402 con la toma de Lanzarote y Fuerteventura. Las islas no se incorporaron a la corona de Castilla hasta 1478 con el tratado de Alcáçovas-Toledo que dejaba en favor de Portugal Madeira, Azores y Cabo Verde y el monopolio del comercio con el resto de África Occidental, poniendo fin a sus disputas sobre las posesiones atlánticas. 

El cabo Bojador, al sur de las Canarias, y en el norte del Sáhara Occidental (que quedó en favor de Castilla en el tratado) marcaba el límite del mundo accesible y conocido. Más allá se creía que el océano estaba habitado por temibles monstruos marinos que causaban naufragios y devoraban a los marinos. Quien estudie los mapas de la época observará la representación de esos seres que provocaban un miedo irracional. Realmente, los vientos más cercanos a la costa impulsaban sin remedio hacia el sur, sin posibilidades de retorno. Además, la escasa profundidad de la costa (a 5 kilómetros podría ser de solo 2 metros) provocaba que los navíos embarrancaran.

Sin embargo, al alejarse de la costa las velas se beneficiaban de los alisios, vientos más propicios. Superar aquella barrera náutica, pero especialmente psicológica, fue la labor de Gil de Eanes, hombre de confianza del príncipe. Lo consiguió en su primer viaje de 1434.



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