-¿Estabas escribiendo? -pregunta
Tomás. Todos toman un refresco o una cerveza y charlan animadamente sobre el Kankurang.
Les resumo las razones de mi ausencia.
En el patio hace una temperatura
ideal. Está decorado con pinturas de las principales aves de la zona, que
ofrece interesantes atractivos para los ornitólogos, como tres extranjeros (británicos
o belgas) que beben en otro extremo. Bromeo con los nuestros: con esas pinturas
ya hemos cumplido nuestros objetivos ornitológicos.
La cena nos lanza a hablar sobre
estilos de baile. Charito, cómo no, es una gran entusiasta de la salsa y los
ritmos caribeños y se ofrece a enseñarnos. Despejamos una zona, nos ponemos en
línea y ejecutamos los pasos. Estamos casi al completo. Falta la música y
alguien saca un bafle enorme con un aparatejo. ¡A bailar! Claro, hasta que
falla. Buscamos alternativas. Me voy a por mi mp3 y al regresar compruebo que
los ornitólogos extranjeros han vetado la música. Querían irse a dormir y
reclamaban silencio.. Hasta ese momento hemos contemplado a María Antonia y
Miguel Ángel flotar bailando el vals o un tango, a Ángel bailándolo de otra
forma y al resto moviéndose para disfrutar de la salsa.
No sabemos muy bien de dónde
sale un paisano local que nos ofrece su establecimiento, muy cercano. Aunque
nos hemos quedado chafados no estamos dispuestos a renunciar al jolgorio. Nos
lanzamos a conquistar la noche.
El local dispone de un amplio
patio y un escenario. Y música. Está rodeado de viviendas, que no sabemos cómo
llevarán el estruendo. Nos lanzamos a la pista para bailar los últimos éxitos
de la música gambiana, senegalesa y africana. Ritmo y cachondeo para alargar la
velada.
Nos vence el calor y el
cansancio. Me duelen los pies que es un primor. Mi fascitis plantar se queja.
He perdido mucha habilidad en el baile.
Nos resistimos a terminar. Nos
despedimos llenos de alegría.
Con tanto baile preveo agujetas.
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