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En Gambia no pasa nada 51. Baobab Lodge.


 

Baobab Lodge & restaurant nos acoge con las primeras sombras de la tarde y la oscuridad nos devora antes de que nos hayamos instalado.

Mi habitación es, digamos, básica. Está limpia, lo que evita que la pueda calificar como sórdida. La cama es amplia. Solo tiene sábana bajera. Supongo que no hará frío por la noche. Desde el techo me mira un ventilador. La mosquitera se derrama sin marco, lo que crea un efecto de ligera mortaja.

El espejo está en el interior de un mueble que es como un armario abierto sobre el suelo. Una desnutrida percha ha sido abandonada a su suerte. Confirmo que las ventanas tienen tela metálica para impedir una improvisada visita de los mosquitos. No sale agua del lavabo, pero sí de la ducha, con lo que me lavo las manos con ella. No importa que me moje un poco.

Tenía la intención de descansar un rato y escribir un poco antes de reunirme con el resto y tomar una cerveza previa a la cena. Para mi sorpresa, la puerta de mi habitación no cierra. Posiblemente si me fuera y dejara la puerta abierta no ocurriría nada. Lo comento con Miriam y ella con un operario que llama a otro que aparece inmediatamente. Suerte. Hace años, un amigo que había viajado mucho por África comentaba que el mantenimiento y las reparaciones brillaban por su ausencia. Sin embargo, el conjuro del Kankurang da sus resultados y el operario trajina con destreza. Le veo tan decidido que me quedo a observar sus evoluciones de artesano. Iluso de mí creo que lo va a solucionar rápido. Espero para ducharme, deshacer la maleta, completar mis abluciones y relajarme un poco. Nada de ello hago. Allí continúa el buen hombre con su lucha. No se da por vencido, decide cambiar la cerradura, que no termina de acoplarse. Me solidarizo con él y no me marcho. Me debato entre animarle en su actividad o largarme al bar.

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