Un grupo de niños nos observa
con curiosidad, como pensando “vaya pandilla de gamberros”. Para nuestra
sorpresa, sacan los móviles y nos fotografían o hacen vídeos. Está claro que el
espectáculo somos nosotros. Todos, ellos también, quieren dejar constancia de
esta fiesta, se acercan a nosotros y se hacen selfies. Seguro que al día
siguiente se van a reír de lo lindo.
Una señora que baila
portentosamente con su hijo a la espalda deshace el hatillo y lo deposita en
mis manos. El crío podríamos decir que se lo ha bailado todo pegado a su madre.
No ha soltado un solo berrido. Ésta me presenta a la que entiendo que es su
hija mayor, Faya. Es alta, de rostro angélico, tímida, de formas rotundas. Su
madre y su tía (o su abuela) nos animan a bailar juntos. Ella lo hace entre cortada
y divertida. La vuelven a poner a mi lado una y otra vez. Han debido detectar
que estoy soltero. Vamos, que soy un buen partido para la muchacha. Lo tomo
como un cumplido. Charito sale al quite. Intercambian teléfonos.
Esto se ha convertido en un
simpático desmadre que nos ha animado a todos a compartir y a quitarnos muchos
malos rollos de encima. Desde la pandemia echo de menos bailar y más aún
hacerlo de esta forma tan enloquecida.
Todos nos quedamos algo tristes
cuando termina la festiva ceremonia y nos marchamos a casa. Nosotros, al lodge.
0 comments:
Publicar un comentario