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En Gambia no pasa nada 46. Sankulaykunda y los niños II.


 

Son todo risas, gritos de placer, jolgorio. Sus sonrisas, con vocación de permanencia en sus rostros, nos desarman. Incluso cuando están tranquilos y a la espera de nuevas emociones o gestos. Son risueños por naturaleza, aún no están contaminados por todo lo que arrastran los adultos en las pesadas mochilas de sus almas. Decía que los niños nos dan una lección de vida y lo ratifico rodeado de ellos, jugando con ellos, rescatando nuestro espíritu de niños que quieren hurgar en la vida para gozarla sin límite. Sofocan nuestra inercia con gestos cariñosos. Me encanta que, además, estén bien educados. De vez en cuando hay que poner orden entre ellos, aunque hacen bastante caso.



Hay una cría muy curiosa. Lleva un sencillo vestido amarillo con rayas azules y blancas. Es pequeñita pero muy decidida y no se deja achantar. Han intentado quitarle un chupachús varias veces y lo ha defendido con brío. La respetan. Es de gesto adusto. Sin embargo, rebosa cariño. Es de las pocas que no he visto sonreír. Domina la situación como una princesita local.

El contrapunto es una criatura que me temo sufre alguna discapacidad. Se aísla, evita el grupo. Parece que fuera a empezar a llorar en cualquier momento. Creo que todos nos hemos dado cuenta de que no se integra. Rápidamente, Mar y Alicia se acercan a él. Es objeto de su atención y consiguen arrancarle una leve sonrisa. Después, no se separa de ellas. Como puede, se funde en los juegos. Por un instante se ha olvidado de sus tiernas carencias.



Demostramos nuestra incapacidad para resistirnos a esa infancia inocente que sin ser conscientes nos regalan uno de los momentos más hermosos del viaje de una forma sencilla: disfrutando del otro. No necesitamos nada más que a nosotros mismos volcados en la diversión en grupo. Lo más simple es lo más eficaz. Escribo sobre esta mañana porque no quiero que se nos olvide.

Los niños van desapareciendo, con todo el sentir de nuestros corazones, de los suyos y los nuestros. Es la hora de comer y las mujeres despliegan unas enormes telas sobre las que depositan bandejas de domoda de pollo con arroz y salsa de cacahuete. Nos sentamos en el suelo, aunque sea un poco incómodo. De postre, plátanos. Nos saciamos totalmente.



La comida nos da un poco de sueño. Nos acomodamos en las sillas o en el suelo. Regresan los niños, que no contemplan la idea de dormir la siesta y perder la oportunidad de seguir jugando (qué pérdida de tiempo, pensarán). Mar toma las riendas y congrega a todos en el corro de la patata, en bailes infantiles y en diversión a raudales. Se nota que es una gran animadora que sabe contagiar el entusiasmo a Alicia, Isabel, Ángel y al resto del grupo, sin discriminar entre hombres o mujeres. Que no decaiga.

Un niño con una bicicleta se infiltra entre el grupo. Debe ser hijo del rico del pueblo.

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