Son todo risas, gritos de
placer, jolgorio. Sus sonrisas, con vocación de permanencia en sus rostros, nos
desarman. Incluso cuando están tranquilos y a la espera de nuevas emociones o
gestos. Son risueños por naturaleza, aún no están contaminados por todo lo que arrastran
los adultos en las pesadas mochilas de sus almas. Decía que los niños nos dan
una lección de vida y lo ratifico rodeado de ellos, jugando con ellos,
rescatando nuestro espíritu de niños que quieren hurgar en la vida para gozarla
sin límite. Sofocan nuestra inercia con gestos cariñosos. Me encanta que,
además, estén bien educados. De vez en cuando hay que poner orden entre ellos,
aunque hacen bastante caso.
Hay una cría muy curiosa. Lleva
un sencillo vestido amarillo con rayas azules y blancas. Es pequeñita pero muy
decidida y no se deja achantar. Han intentado quitarle un chupachús varias
veces y lo ha defendido con brío. La respetan. Es de gesto adusto. Sin embargo,
rebosa cariño. Es de las pocas que no he visto sonreír. Domina la situación
como una princesita local.
El contrapunto es una criatura
que me temo sufre alguna discapacidad. Se aísla, evita el grupo. Parece que fuera
a empezar a llorar en cualquier momento. Creo que todos nos hemos dado cuenta
de que no se integra. Rápidamente, Mar y Alicia se acercan a él. Es objeto de
su atención y consiguen arrancarle una leve sonrisa. Después, no se separa de
ellas. Como puede, se funde en los juegos. Por un instante se ha olvidado de
sus tiernas carencias.
Demostramos nuestra incapacidad
para resistirnos a esa infancia inocente que sin ser conscientes nos regalan uno
de los momentos más hermosos del viaje de una forma sencilla: disfrutando del otro.
No necesitamos nada más que a nosotros mismos volcados en la diversión en grupo.
Lo más simple es lo más eficaz. Escribo sobre esta mañana porque no quiero que
se nos olvide.
Los niños van desapareciendo,
con todo el sentir de nuestros corazones, de los suyos y los nuestros. Es la
hora de comer y las mujeres despliegan unas enormes telas sobre las que
depositan bandejas de domoda de pollo con arroz y salsa de cacahuete.
Nos sentamos en el suelo, aunque sea un poco incómodo. De postre, plátanos. Nos
saciamos totalmente.
La comida nos da un poco de
sueño. Nos acomodamos en las sillas o en el suelo. Regresan los niños, que no
contemplan la idea de dormir la siesta y perder la oportunidad de seguir
jugando (qué pérdida de tiempo, pensarán). Mar toma las riendas y congrega a
todos en el corro de la patata, en bailes infantiles y en diversión a raudales.
Se nota que es una gran animadora que sabe contagiar el entusiasmo a Alicia,
Isabel, Ángel y al resto del grupo, sin discriminar entre hombres o mujeres. Que
no decaiga.
Un niño con una bicicleta se
infiltra entre el grupo. Debe ser hijo del rico del pueblo.
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