La mañana se estrena con una atroz
competición entre los patos, los monos y otras fuerzas de la naturaleza por
llenar de sonidos el ambiente de mi cabaña. El despertador queda descalificado
muy pronto. La caída de cocos es demasiado esporádica para tenerla en cuenta y
se confunde con los saltos de los primates sobre el tejado. Montan un estruendo
de la leche. El bombardeo aéreo se cuela en mi mente y me saca de la cama. Los
patos vociferan en grupo como si les persiguiera un carnicero con malas
intenciones. Todas estas criaturas de dios expresan a su modo sus sentimientos.
Les agradezco su forma de transmitir que la vida continúa y lo hacen con
alegría y estruendo.
Me ducho, me visto y hago la
maleta. El desayunador está a parir y casi tengo que utilizar los codos para
ponerme en la cola y servirme de todo un poco.
Me da pena que nadie haga caso
al músico que con su kora nos ameniza el desayuno. La kora es un
instrumento peculiar. La caja es semiesférica. Me recuerda a un laúd, aunque más
grande. La apoya sobre el vientre. De ella sale un mástil con unas cuerdas
propias de un arpa. El sonido es
relajante. El músico vestido con una vistosa túnica amarilla agradece con un
gesto y una sonrisa que le dedique unos instantes.
El grupo está al completo y aún
resuenan las risas de la noche.
-¿Cómo va el plan? -preguntan con
suma curiosidad y adelantando la cabeza para recibir las confidencias en mejor
posición.
-Lo tendréis en vuestros móviles
en un rato. Recordad que la clave es “Rebeca”.
-¿Rebeca, qué Rebeca?
Me temo que no han visto la
película The key is Rebecca, La clave está en Rebeca, una
película de espías ambientada en Egipto durante la Segunda Guerra Mundial. Las
claves para descodificar los mensajes se encierran en el famoso libro de Daphne
du Maurier. El libro en que se basa la película era de Ken Follet. Todo va
bien: si mis compañeros no lo descifran menos aún lo harán agentes exteriores.
Por supuesto, no desvelaremos
nada más al lector para evitar intromisiones.
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