Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

En Gambia no pasa nada 37. Los niños y su lección de vida.

 


Alcanzamos el río Bintang y nos sorprende su anchura. Nos espera como un espejo del cielo, sereno, sin una onda que altere su superficie, sin mácula, como si estuviera meditando. Las barcas descansan tras los esfuerzos de la jornada. Algunas son coloridas, alargadas, de escaso calado.

Suena la llamada del muecín en la cercana aldea. Frente a la mezquita se han acumulado las sandalias. Los cuatro minaretes de la mezquita se alargan hacia el cielo. Quien no puede acudir a ella reza en cualquier lugar sobre una modesta alfombra. La devoción es enorme. El islam se manifiesta en el recatado velo de las mujeres.



Nuestro comité de recepción son los niños. Son los hijos de los pescadores. Exaltan nuestra ternura con sus rostros muy expresivos. Somos el acontecimiento que rompe su monotonía. Son angelicales. Se acercan despacio y con decisión. Observo el pelo cortísimo de los niños y las graciosas trencitas de las niñas. Y, sobre todo, sus ojos enormes. Son como de anuncio. Son la expresión de la alegría.

Los niños de Gambia nos dan una lección de vida al regalarnos sus risas y su espontaneidad, por buscar nuestros abrazos y entregarnos con pasión los suyos. El frescor de sus rostros iluminados contrasta con su situación material.



Van vestidos con excedentes del consumismo occidental. Son el último reducto de esas prendas que nuestra mala conciencia deposita en un contenedor para su reciclaje o para estas gentes. Nosotros nos hemos cansado de ellas, muchas veces antes de que estén gastadas o inservibles. Otras han ocupado nuestro corazón, quizá por poco tiempo. Nos cansamos de todo. Sin embargo, para ellos son un privilegio. Muchos llevan camisetas de ídolos del fútbol a los que probablemente no hayan conocido por no tener televisión. Quizá les suenan de alguna imagen publicitaria de algún producto inaccesible. En ellos esa ropa desechada encuentra una nueva vida y un nuevo cariño.



Su vida es de futuro incierto. Esos rostros infantiles que nos miran con asombro no se lo plantean. Tienen lo estrictamente necesario para vivir el momento, hoy. Sin perspectivas. Pero irradian ese poder innato de la felicidad. Nos preguntamos cómo se puede ser feliz en estas condiciones. Quizá la respuesta es que no acumulan bienes materiales y sí atesoran sonrisas. Todo lo que perciben es un regalo. Lo más mínimo es suficiente para exaltarles y contagiarnos. Nos dan una lección más allá de la supervivencia.

Es maravilloso jugar con los niños. Es el mejor regalo de la tarde.


0 comments:

Publicar un comentario