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En Gambia no pasa nada 35. Por los manglares del Bintang.

Fotos de Miriam.

 

El avance por los canales y el arroyo exalta nuestro espíritu. Vamos en formación, nos pasamos unos a otros con cierta competencia. Nuestra ansia de aventura se acrecienta. Contemplamos el color marrón de las aguas que denotan un fondo lodoso, un tanto atemorizante. Es difícil averiguar la profundidad en esas aguas turbias. Seguro que es escasa.

No hay construcciones en esa masa densa de naturaleza. Desconocemos dónde habrá presencia humana. Es tan compacta que podríamos estar a pocos metros de ella y no darnos cuenta. Aparece un pescador con una precaria red que le ha permitido algunas capturas, escasas, seguro que suficientes. No pretende pescar mucho porque es probable que no supiera qué hacer con los excedentes. La calificarán como una pesca primitiva y sostenible.

Uno de esos pescadores se acerca a nuestro grupo cuando paramos para un baño. Solo habla francés. Interpretamos que será senegalés.



Aparcamos las canoas y nos damos un baño. Charo y María Antonia se quedan en las canoas. Miguel Ángel se baña después de un rato de indecisión. El fondo de lodo ayuda a que se hundan nuestros pies, como si camináramos en la luna o sobre una moqueta vieja y empapada. Es una sensación, al principio, un poco asquerosa. Ese barro es estupendo para la piel, para un peeling natural. Nadamos un poco, montamos una pequeña juerga.

Iniciamos el regreso a buen ritmo, sin desatender la quietud del lugar, su silencio, su deseo de hacernos gozar, de sumergirnos en la niñez, en las sensaciones vigorosas, en el disfrute de la naturaleza. No hace una gota de viento y el sol es poderoso. Nos hemos ganado una ducha como paso previo para una cerveza refrescante. En la comida se une a nosotros una joven profesora de Barcelona que lleva una semana en el lodge desconectando del mundo. La adoptamos con todo el cariño que atesora este grupo.

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