Poco antes de las diez y media
estamos todos disciplinadamente reunidos en el embarcadero. He decidido dejar
el móvil y las gafas en la habitación. Temo perderlos o dañarlos en alguna mala
maniobra. Como haya que afinar la vista lo voy a tener crudo. El paisaje de los
manglares seguro que me ayuda a desmiopizarme. Lo importante son las
sensaciones.
Todos estamos eufóricos, como
niños, con espíritu aventurero. África es un continente que exalta ese espíritu
que asociamos con nuestra infancia y nuestra juventud, como recordaba Javier
Reverte en su libro El sueño de África:
Tal vez África
sea el más literario de los continentes en lo que tiene de paraíso perdido y en
la sensación de aventura que despierta en quienes han vivido o lo han recorrido
en un viaje siempre inolvidable (...) Puede que África nos haga más niños, nos
devuelva la sensación primigenia de nuestra debilidad. Y nos transporte de
nuevo, aunque en muchas ocasiones sea tan solo una sensación, a la aventura.
Quien visita África una larga temporada ya no es el mismo a su regreso. Y se
siente empujado a escribir, como si escribir fuera la única forma de descargar
la intensidad de sus emociones.
Y hasta el momento de escribir las emociones cargamos
con la canoa plana Charito y yo, nos acoplamos en los asientos y nos disponemos
a iniciar la excursión. El agua ha subido, como auguraba Miriam, y se convierte
en nuestra carretera para explorar los manglares.
Los árboles no son demasiado altos. Trazan unas
sombras que dejan un corredor soleado, a veces estrecho. Hay que llevar cuidado
al acercarse a las orillas porque las ramas sobresalen y pueden provocar algún
desaguisado. En el cielo, las aves salen a nuestro encuentro. Francesc y Tomás
se alternan en el uso de los prismáticos y señalan algunas curiosidades: un
nido, cangrejos, otros animales, alguna formación curiosa y vistosa. Dicen que
algo más lejos se han contemplado delfines.
Charo rema bien y sabe maniobrar,
como instintivamente hace en varias ocasiones ya que tenemos tendencia a
bascular a la derecha. El que debiera corregir soy yo, el de atrás, el que
funciona como timonel, pero nos entendemos perfectamente. Por supuesto, nuestra
agrupación en la misma canoa ha generado el cachondeo habitual de que nos
casaremos al final del viaje. Les seguimos la corriente para animar más la
hilaridad y relajar el ritmo de nuestras paladas.
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