Después de dos horas de
carretera se cumple un sueño: alcanzar el edén. El deseo se transforma en
realidad.
Dejamos las maletas en la
recepción, atravesamos el restaurante y bajamos hasta el río para impregnarnos
de paz, de naturaleza, de felicidad. La fraternidad entre el cielo y el bosque
es enternecedora. La niebla de mi mente se alza y da paso a la luz previa al
atardecer, tan sedosa que calma cualquier instinto. Enamora. La tranquilidad es
total: la que reclamas para tu descanso y vacaciones.
AbCas Creek Lodge está
ubicado junto al arroyo Bintang, que desemboca en el río del mismo nombre, que
es tributario del Gambia. Estamos cerca del pueblo de Kassagne. Ofrece una
experiencia de inmersión en una naturaleza frondosa con unas condiciones
básicas, sin lujos, aunque con agua corriente y electricidad. Por eso utilizan
el término lodge. Es el proyecto de una holandesa y un gambiano. Él ha
fabricado una parte importante del mobiliario con cariño, con pasión. Lo
percibes.
El caos del mercado y la
carretera se torna en armonía, en belleza, en lugar donde el alma se apacigua y
los sentidos son continuamente acariciados.
No le doy gran importancia a los
hoteles y alojamientos porque suelo pasar poco tiempo en ellos. En este edén
domesticado sería una herejía no solazarse, no disfrutarlo. Con la luz
menguante del sol todo es más lánguido y cuando camino cerca del arroyo la luz
saluda y juega filtrándose entre las hojas del manglar. El agua se presta a los
reflejos que besan su superficie. Es como duplicar la belleza.
A ritmo lento voy admirando los
rinconcitos diseñados con buen gusto y sin ostentación. Tengo la sensación de
estar en la privilegiada casa de unos amigos con los que me cruzo y charlo. Los
aficionados a la ornitología son bendecidos con aves que se acercan con
curiosidad, permanece en un rato y retoman el vuelo. Más allá, los monos nos
miran atentos.
Me encanta este lugar.
Me agrada la habitación. La cama
tiene un dosel con mosquitera. Despliego el contenido de la maleta. Me relajo
durante unos minutos.
El grupo se ha reunido junto al
río, un poco alejado de la luz del restaurante. El peligro son los mosquitos. Queda
un suave perfume a repelente en el ambiente. Con una botella de vino empiezan
las confidencias antes de cenar. Y las risas, que son el mejor de los
acompañamientos para una gente tan maja. Siento un placer sencillo.
Después de la cena (tomo un
pescado estupendo con un arroz especiado y ensalada) regresamos al que va a ser
nuestro lugar tradicional de reunión.
Charlamos y charlamos y
charlamos… es la mejor diversión. No echamos de menos otras distracciones u
otro ocio. Hablar nos enriquece.
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