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En Gambia no pasa nada 30. AbCas Creek Lodge al atardecer.


 

Después de dos horas de carretera se cumple un sueño: alcanzar el edén. El deseo se transforma en realidad.

Dejamos las maletas en la recepción, atravesamos el restaurante y bajamos hasta el río para impregnarnos de paz, de naturaleza, de felicidad. La fraternidad entre el cielo y el bosque es enternecedora. La niebla de mi mente se alza y da paso a la luz previa al atardecer, tan sedosa que calma cualquier instinto. Enamora. La tranquilidad es total: la que reclamas para tu descanso y vacaciones.

AbCas Creek Lodge está ubicado junto al arroyo Bintang, que desemboca en el río del mismo nombre, que es tributario del Gambia. Estamos cerca del pueblo de Kassagne. Ofrece una experiencia de inmersión en una naturaleza frondosa con unas condiciones básicas, sin lujos, aunque con agua corriente y electricidad. Por eso utilizan el término lodge. Es el proyecto de una holandesa y un gambiano. Él ha fabricado una parte importante del mobiliario con cariño, con pasión. Lo percibes.



El caos del mercado y la carretera se torna en armonía, en belleza, en lugar donde el alma se apacigua y los sentidos son continuamente acariciados.

No le doy gran importancia a los hoteles y alojamientos porque suelo pasar poco tiempo en ellos. En este edén domesticado sería una herejía no solazarse, no disfrutarlo. Con la luz menguante del sol todo es más lánguido y cuando camino cerca del arroyo la luz saluda y juega filtrándose entre las hojas del manglar. El agua se presta a los reflejos que besan su superficie. Es como duplicar la belleza.

A ritmo lento voy admirando los rinconcitos diseñados con buen gusto y sin ostentación. Tengo la sensación de estar en la privilegiada casa de unos amigos con los que me cruzo y charlo. Los aficionados a la ornitología son bendecidos con aves que se acercan con curiosidad, permanece en un rato y retoman el vuelo. Más allá, los monos nos miran atentos.



Me encanta este lugar.

Me agrada la habitación. La cama tiene un dosel con mosquitera. Despliego el contenido de la maleta. Me relajo durante unos minutos.

El grupo se ha reunido junto al río, un poco alejado de la luz del restaurante. El peligro son los mosquitos. Queda un suave perfume a repelente en el ambiente. Con una botella de vino empiezan las confidencias antes de cenar. Y las risas, que son el mejor de los acompañamientos para una gente tan maja. Siento un placer sencillo.



Después de la cena (tomo un pescado estupendo con un arroz especiado y ensalada) regresamos al que va a ser nuestro lugar tradicional de reunión.

Charlamos y charlamos y charlamos… es la mejor diversión. No echamos de menos otras distracciones u otro ocio. Hablar nos enriquece.

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