Ante mi impotencia para retomar
las conversaciones de mis compañeros, ajenos al desánimo, me concentro en el
paisaje. Está mucho más seco de lo que me hubiera imaginado, a pesar de que sea
la estación seca. Tampoco asoman demasiados árboles. Contemplo los baobabs aislados.
Leí que uno de los problemas con
que se enfrentaba a Gambia era el de la deforestación. En 1981 el 45 por ciento
de la superficie del país estaba cubierta de bosques muy densos. En 1988 había
bajado al 30 por ciento. Actualmente quedaban muy pocos bosques primarios. El
78% del país estaba clasificado como “vegetación de sabana degradada con
árboles y arbustos”. Sin duda, era lo que aparecía al otro lado de los
cristales. La causa de la deforestación parecía estar vinculada con la
introducción del cacahuete, que era originario de Sudamérica. Era el principal
producto agrícola de Gambia. Una parte importante se exportaba.
Había proyectos para expandir el
cultivo de la palma aceitera, que sí era originaria de la zona.
Recopilé el nombre de algunos de
los principales árboles que crecían en el país. A la ceiba o el baobab se unía
la acacia de copa plana o Acacia tortilis, muy habitual en paisajes de
sabana. Habíamos visto bastantes cocoteros en la costa. Los flamboyanos nos
deleitarían con sus flores rojas, amarillas o lilas. No sabría identificar el
árbol de la nuez de Kola o el árbol de algodón de seda, que producía el “kapok”.
Intento localizarlos en las inmediaciones de la carretera.
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