Comemos casi enfrente del local
de ayer, en Paradiso, en la misma calle de Senegambia. La terraza está
tranquila, menos de media entrada. Nosotros despertaremos el restaurante con
nuestro animado diálogo. Fuera, el tráfico es entretenido.
El plato estrella, por el que
nos hemos decantado casi todos, es gambas con una salsa especialmente sabrosa,
magnífica. Intentamos averiguar los ingredientes: cebolla, pimiento, alguna especia… lo
acompañan con ensalada y arroz. El arroz forma parte de la dieta habitual del
país. Y cerveza o vino. El dueño es un libanés simpático que se acerca a
saludar a Miriam y que se interesa por la comida. Manifestamos nuestra
satisfacción.
Empieza nuestro viaje hacia el
interior. Son unas dos horas. La carretera se va vaciando de casas y de
vehículos poco a poco. Siempre hay pequeñas aldeas, algunas chozas agrupadas,
un cercado, una escuela, una mezquita, ganado o campos cultivados o en
barbecho. El campo siempre está salpicado de casitas junto a la carretera. La
carretera es el eje de la vida. Por ahora, el río no se manifiesta. Queda algo
más al norte.
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