Y así llegamos a uno de los
mejores exponentes del caos africano: el mercado. El de Serekunda. Estupendo: una
referencia.
El principal atractivo de Gambia
es su gente y ningún lugar es mejor para confirmarlo que un mercado, el primero
que visitaremos en nuestro periplo por el país. Los mercados muestran un
carácter esencialmente femenino. La mayoría de los compradores son mujeres. Los
hombres se dedican a las artesanías del calzado, el hierro o la madera. Las
mujeres son aplastante mayoría como vendedoras en el sector de alimentación: fruta,
verdura, carne, pescado, especias. Entre el color de sus vestidos y tocados y
el de los lujuriosos productos expuestos el choque cromático es impresionante. Esa
visión se complementa por los penetrantes olores, agudos, seductores,
impactantes. Todo lo envuelve en las diversas secciones. No me atrevo a cerrar
los ojos, aunque si lo hiciera me orientaría por los olores que marcan su
territorio como celosos animales salvajes. Los aromas toman cuerpo y ya no
quieren abandonar mi nariz invadida. Apenas toco los productos. El tacto está
en un segundo plano. Ni siquiera en la sección de las telas y el textil.
La furgoneta nos ha desembarcado
frente a la puerta. Miriam se ofrece a guiarnos. Todos respiramos más
tranquilos. Para quien quiera ir por libre, o se pierda, nos cita en la puerta.
Perfecto, si sabes orientarte. Los mercados de Gambia no son tan laberínticos
como los del norte del continente, aunque los cambios de dirección y la pérdida
de referencias puede extraviar a cualquiera. Y ponte a preguntar entre el
público gambiano.
El mercado está cubierto, aunque
la actividad se desarrolla más en los callejones que lo forman que en los
pequeños cubículos y cuchitriles. El interior te regala la sombra que se
entronca con una sensación de claustrofobia. Puede llegar a ser un poco
agobiante.
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