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En Gambia no pasa nada 24. Sin plano ni referencia. ¿Para qué la quieres?


 

Debo reconocer que no sabría situar en un plano los lugares por los que nos hemos movido en estos dos primeros días. Carezco de plano y no sé si existirá uno de esos que se entrega al visitante y que acaba hecho un asco en el bolsillo de un pantalón. Soy incapaz de trazar un itinerario lógico. Si alguien me preguntara para organizar su visita me pondría en un compromiso. No creo que nadie me pare en mitad de la calle y me pregunte tal o cual dirección. Menos mal.

Al trasladarnos en furgoneta de un lugar a otro perdemos la posibilidad de callejear, que es lo que siempre me ha servido para situarme. Necesito sentir en los pies la tierra -y no tanto en mi seca nariz- y los lugares que visito a la velocidad del caminar para retener los datos y asimilarlos. Quizá soy excesivamente cuadriculado y debo relajarme y gozar. Dejar que todo penetre en mí y no empeñarme en meterlo todo en la cabeza y cada cosa en su cajita bien archivada.



Para mí, Serekunda, que es uno de los lugares por donde nos hemos movido, es una larga carretera en obras (con participación de una empresa constructora española), calles polvorientas por donde flota la arena en suspensión, una sucesión de construcciones bajas, tiendas intrascendentes, rótulos que no me dicen para nada, gente yendo de un lugar a otro sin aparente orden, lo cual me entusiasma, y la búsqueda de un centro de la ciudad que me temo no existe. Tampoco sé si nos resultaría útil para movernos.

Sigo mi instinto y dejo que las imágenes, los sonidos y los aromas suaves o fuertes penetren en forma de escenas cotidianas siempre curiosas para un visitante. Ésa es la fascinación que busco y me atrevo a afirmar que también el resto del grupo. El paisaje urbano está lejos de la hermosura o de la armonía, pero ofrece un caos tan sugerente, exótico y dinámico que es infinitamente más divertido.

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