Por una senda nos vamos
adentrando en un bosque tropical que aporta una saludable sombra. Poco después
llegamos a la charca que está cubierta de plantas de un verdor fabuloso. En las
orillas aparecen los primeros cocodrilos. Se creía que eran cocodrilos del Nilo
(Crocodylus nilotiens) aunque parece que son cocodrilos de África
occidental (Crocodylus suchus). Todos exhiben una inquietante sonrisa. Es
como si estuvieran al acecho.
En una superficie plana aledaña
a la charca están apostados estos reptiles. Los mayores tendrán unos dos metros.
Apenas se mueven. Sus ojos de mirada inquisitiva son inquietantes. Destaca uno
albino, más claro que el resto, que son de piel grisácea. Están perfectamente
distribuidos.
Se alimentan de pescado. Si los
alimentaran con pollo o carne la sangre les haría mucho más agresivos y
peligrosos. Han comido bien y están haciendo la digestión. Por eso nos invitan
a fotografiarnos con ellos y a tocarlos. Nunca se debe de tocar la cabeza. Sólo
los cuidadores, para moverlos, les dan con un palo en la cabeza.
Después de unirse otro grupo les
dan de comer y la quietud se torna en un despertar buscando los peces que les
arrojan. Saltan, reptan, pelean un poco, dan coletazos, aflora todo su instinto
salvaje. Por supuesto, hacen nuestras delicias mientras fotografiamos y tomamos
vídeos. Dan un poco de miedo.
En la charca suele haber entre ochenta
y cien ejemplares. Han tenido que controlar el desove para evitar la
masificación. Ponen unos cincuenta huevos de los que solo resisten unos diez.
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