Las leyendas suelen ser mucho
más jugosas que la realidad. Esconden el corazón del pueblo y expresan mucho
sobre sus creencias, más allá de las religiones oficiales. Son una vía de
expresión del acervo mágico que se pierde en la profundidad del tiempo y que
todo el mundo asume como esa otra realidad que es más cariñosa que la
verdadera.
Cuenta la leyenda, que se
remonta a varios siglos atrás, quizá unos 500 años, que una mujer que llevaba a
su hijo atado a la espalda, como habíamos visto habitualmente, se acercó a un
pozo a sacar agua, con tan mala fortuna que su hijo cayó al fondo. La mujer
entró en pánico y comenzó a gritar y a pedir ayuda. Por allí estaban dos
hermanos, Tambasi y Jaali, que se aprestaron a salvar a la criatura, que no
sufrió ningún daño. La mujer, que realmente era un espíritu benefactor que
había puesto a prueba a los hermanos, les premió con la custodia del pozo y de
la charca aledaña que gozaba de propiedades mágicas.
Aquellos muchachos pertenecían a
la familia Bojang, una de las mayores terratenientes del país. Esa familia ha
regentado la charca sagrada y es la encargada de presidir los rituales
propiciatorios que tienen lugar en ella. Porque éste es un lugar para rezar,
para solicitar la intercesión del mundo sobrenatural, aunque acudan los
turistas.
Se dice que las mujeres que
tienen problemas para concebir y que se someten a los rituales del lugar
quedarán embarazadas. Las someten a un baño ritual por parte de los Bojang. Después,
algo anecdótico entre lo que he leído, no podrán dar la mano a nadie durante un
corto espacio de tiempo. Se completa con ofrendas bien administradas por la
familia. Los hombres acuden para pedir suerte y fortuna.
El dinero obtenido con las
entradas de los visitantes se dedica a mejorar las condiciones de vida de la
comunidad, a educación y a otros fines caritativos.
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