En la furgoneta iniciamos
nuestra aventura gambiana. Ocupamos las catorce plazas de que dispone el
vehículo. Nuestro conductor se llama Essa. Es muy alto y muy delgado, perfecto
como alero de un equipo de baloncesto y exhibe una sonrisa abierta, fresca,
sincera. Va impecable con su pantalón de tela, su camisa y su chaqueta, algo
poco habitual. La mayoría de los conductores van con camiseta, bermudas y
chancletas. Vamos con el conductor más elegante de Gambia.
El polvo rojizo u ocre lo impregna
todo. Se posa sobre los coches como un eficaz disfraz de camuflaje, flota en el
ambiente, se introduce en la nariz y la deja seca. Padezco rinitis crónica y
para mantener impregnado el interior de mi nariz con algo de humedad utilizo
vaselina, que en esta ocasión no he traído al creer que habría una humedad
importante. Es la estación seca y las lluvias no volverán a entrar en escena
hasta dentro de unos meses en que convertirán las calles sin asfaltar y sin
aceras en tremendos barrizales. La sequedad frustra muchas veces mi deseo de
apreciar los olores, percibirlos, procesarlos, constatar si son agradables o
tremendos. Los olores forman parte de los recuerdos y son los que permanecen
más tiempo en nuestra memoria.
Aunque las ventanillas
permanecen cerradas, el aroma del polvo junto con el humo de los carburantes
contaminantes se incrusta en mi cerebro.
Avanzamos por una avenida recta
y larga que pone en relación dos mundos, aunque sin mezclarlos. A la izquierda,
el de los ricos, con villas resguardadas por muros rematados por alambre de espino,
como si fueran instalaciones militares de alta seguridad. Al otro lado,
construcciones de adobe, chapa, algún ladrillo y plásticos. Francesc comenta,
con ironía, que el contenedor del plástico debe estar vacío porque vuelan
montones de bolsas de plástico como aves químicas en vuelo rasante. En esas
tristes construcciones bajas se suceden los negocios, algún bar para los
locales, carteles desleídos, paredes sin pintura. Gentes en movimiento, coches
a poca velocidad por el tráfico denso, transportes atestados de gente que se
agarra donde puede son las imágenes que nos lanza la calle.
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