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En Gambia no pasa nada 6. Una playa, moscardones y tubas.

 


En la playa el oleaje es suave, paciente, la brisa acariciante. La presencia humana es escasa. Una mujer de color, con unas vistosas trencitas, juega a la pelota con su hijo. Pasa una pareja a caballo. A la sombra, alejados de la orilla, los vendedores esperan a los clientes sin demasiada convicción. Si estuviera en su lugar devoraría la imagen de esta playa paradisíaca a la que aspira cualquier turista: solitaria, palmeras incitantes, arena clara, la perfecta combinación de hermosura para el descanso y la molicie. Se extiende muchos cientos de metros hasta que el extremo queda difuso por la bruma.



Aparecen unos turistas caminando junto a lo que podríamos denominar “un protector”, un local que te ayuda a eliminar moscardones. Él toma el monopolio del moscardón. La esperanza de algunas de estas gentes está asociada a los tubas, a los blancos. Los ven como un posible patrocinador, como una vía de escape, como destacaba Iratxe Gómez en un artículo de El Correo de Vizcaya. En el mismo también denunciaba un turismo sexual horrible. Los extranjeros pueden aprovecharse despiadadamente de su estado de necesidad. En su ingenuidad pueden creer que los blancos han acudido a su país para sacarles de la miseria, algo desgraciadamente habitual en países pobres.

No quiero alejarme mucho y mantengo el contacto visual con Miriam y el resto del grupo, a los que han rodeado pacíficamente esos jóvenes que se buscan la vida como pueden. No piden limosna. Su dignidad se lo impide. Me alegro. Charlan, van envolviendo al turista con sus palabras para obtener su teléfono. La escena se repetirá con bastante frecuencia.

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