La
globalización ha traído consigo la figura de un nuevo nómada occidental
moderno. Ruedan por el mundo, saltan de un lugar a otro sin apenas impregnarse
de nada de su destino temporal. El viaje no les transforma.
Durante
el vuelo desde Casablanca charlé un rato con mi vecino de la derecha, un
empresario turco, de Estambul, que viajaba por quinta vez a Banjul para
desarrollar un proyecto eléctrico. Se quejaba de la inflación, de la subida del
carburante y del alquiler del vehículo. Despotricaba contra los políticos de su
país y me solidaricé con él por el maltrato de los nuestros. Parecía una
epidemia mundial, más peligrosa que el covid. La falta de liderazgo y de ideas
creativas y eficaces asolaba nuestro planeta más que el cambio climático.
Ese
empresario partía dos días después y continuaba con un rosario de viajes por
medio mundo. Suficiente tenía con acertar con las reservas de avión y hotel.
El
turista actual, y me atrevería a incluir a los viajeros, es un sedentario que
tiene necesidad de mover el culo para no aburrirse y tener algo que contar al
regreso. Entra y sale, se hace un lío con los lugares visitados y no regresa a
sus recuerdos. Tampoco demasiado a sus fotos. El viajero aún se impregna de algo
que le ayuda a progresar.
Desde
Bijilo nos llevan al hotel y decido ir sin falta hasta el puente para
contemplar la evolución del atardecer. El sol se esfuerza en refugiarse tras
los árboles. Esa sensación de cielo incendiado resulta fabulosa. Más aún porque
en Madrid no la hubiera disfrutado. Me ayudan en ese momento especial un
pequeño grupo de monos, primos hermanos de los de Bijilo. Creo identificar al
solitario de la mañana. Al pie del cañón, como corresponde a un buen
profesional.
En
la charca los cangrejos chapotean en un festival frenético y algún ave me
regala su vuelo. Son pequeñas, negras, con una larga cola.
Me
pongo el bañador con la intención de acudir a la playa. Me da vagancia, soy
víctima de mi indecisión. También influye la luz decreciente. En la piscina
están Isabel, Alicia, Mar y Charito. Se unirán después Miriam y Tomás. El agua
está fabulosa y es el perfecto bálsamo para el viajero. Con la penumbra
empezamos a charlar y a reírnos. Nos contamos algunas intimidades. Charo se ha
trasladado recientemente desde Miami a Daytona Beach, al norte de Florida.
Antes de la pandemia hizo el Camino Primitivo y entabló amistad con un señor de
Ibiza al que le había perdido el rastro. Temía que hubiera sido víctima de la
pandemia porque no contestaba sus mensajes.
Nos
quedamos fríos y los mosquitos inician sus vuelos en rasante. Salimos y nos
refugiamos un rato en las habitaciones. Aprovecho para escribir un rato. No
quiero que se esfumen mis sensaciones. Nos volvemos a reunir en el bar del
hotel.
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