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En Gambia no pasa nada 17. El descanso del moderno nómada occidental.


 

La globalización ha traído consigo la figura de un nuevo nómada occidental moderno. Ruedan por el mundo, saltan de un lugar a otro sin apenas impregnarse de nada de su destino temporal. El viaje no les transforma.

Durante el vuelo desde Casablanca charlé un rato con mi vecino de la derecha, un empresario turco, de Estambul, que viajaba por quinta vez a Banjul para desarrollar un proyecto eléctrico. Se quejaba de la inflación, de la subida del carburante y del alquiler del vehículo. Despotricaba contra los políticos de su país y me solidaricé con él por el maltrato de los nuestros. Parecía una epidemia mundial, más peligrosa que el covid. La falta de liderazgo y de ideas creativas y eficaces asolaba nuestro planeta más que el cambio climático.

Ese empresario partía dos días después y continuaba con un rosario de viajes por medio mundo. Suficiente tenía con acertar con las reservas de avión y hotel.

El turista actual, y me atrevería a incluir a los viajeros, es un sedentario que tiene necesidad de mover el culo para no aburrirse y tener algo que contar al regreso. Entra y sale, se hace un lío con los lugares visitados y no regresa a sus recuerdos. Tampoco demasiado a sus fotos. El viajero aún se impregna de algo que le ayuda a progresar.



Desde Bijilo nos llevan al hotel y decido ir sin falta hasta el puente para contemplar la evolución del atardecer. El sol se esfuerza en refugiarse tras los árboles. Esa sensación de cielo incendiado resulta fabulosa. Más aún porque en Madrid no la hubiera disfrutado. Me ayudan en ese momento especial un pequeño grupo de monos, primos hermanos de los de Bijilo. Creo identificar al solitario de la mañana. Al pie del cañón, como corresponde a un buen profesional.

En la charca los cangrejos chapotean en un festival frenético y algún ave me regala su vuelo. Son pequeñas, negras, con una larga cola.



Me pongo el bañador con la intención de acudir a la playa. Me da vagancia, soy víctima de mi indecisión. También influye la luz decreciente. En la piscina están Isabel, Alicia, Mar y Charito. Se unirán después Miriam y Tomás. El agua está fabulosa y es el perfecto bálsamo para el viajero. Con la penumbra empezamos a charlar y a reírnos. Nos contamos algunas intimidades. Charo se ha trasladado recientemente desde Miami a Daytona Beach, al norte de Florida. Antes de la pandemia hizo el Camino Primitivo y entabló amistad con un señor de Ibiza al que le había perdido el rastro. Temía que hubiera sido víctima de la pandemia porque no contestaba sus mensajes.

Nos quedamos fríos y los mosquitos inician sus vuelos en rasante. Salimos y nos refugiamos un rato en las habitaciones. Aprovecho para escribir un rato. No quiero que se esfumen mis sensaciones. Nos volvemos a reunir en el bar del hotel.

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