En los días previos al viaje leí
algunos artículos sobre el comercio entre ambos países. En un documento
elaborado por el Club de Exportadores, Inversiones empresariales españolas
en África subsahariana, mencionaban el Plan África III, de 2019, del
Ministerio de Asuntos Exteriores. En el mismo, Gambia no aparecía como un país
interesante para nuestra economía, al menos, a nivel institucional. No estaba
entre los países denominados “ancla”, aquellos “que por su tamaño y
protagonismo regional pueden actuar como exportadores de estabilidad a sus
vecinos”, como era el caso de Etiopía, Nigeria y Sudáfrica. Tampoco estaba
entre los “países de asociación”, que eran los “estables y de gran potencial de
crecimiento con los que se pretende estrechar más las relaciones”. Estaban
incluidos Angola, Costa de Marfil, Ghana, Kenia, Mozambique, Senegal y
Tanzania.
En la ficha-país elaborada por
la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores
afirmaban que Gambia ocupaba el puesto 147 en el ranking de nuestros clientes y
el 152 como proveedor. Habíamos exportado, en 2022, cemento, yeso, cales,
pavimentos y revestimientos, en el sector de la construcción, y huevos y otras
bebidas sin alcohol en el alimentario. Habíamos comprado moluscos, crustáceos y
pescados congelados. Los principales países clientes de Gambia eran Mali, China
y Senegal que acaparaban el 84,7 por ciento del volumen de operaciones. Sus
principales proveedores eran Togo, Costa de Marfil y China. Por eso tenía mucho
más mérito la actividad de nuestro ilustre maño.
Parece que la mayoría de
proyectos españoles que veremos estarán financiados por ONGs. Dependerán más de
la solidaridad que de aspectos mercantiles.
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