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La Manchuela y el valle de Ayora 7. Hasta el embarcadero.


 

Hubo momentos en que el miedo parecía dispuesto a someterme, y no por la posibilidad de ser devorado por algún ser más apropiado de leyendas y mitos populares. No se diferenciaba la carretera y miraba con ansia el móvil que utilizaba como navegador. Menos mal que había salido con tiempo porque mi velocidad era lenta. La niebla se estrellaba contra el parabrisas y se compinchaba para que mi percepción fuera aún menor.

Al salir de la provincia de Albacete y entrar en la de Valencia la niebla suavizó su malintencionado efecto y la visibilidad fue un poco mejor para conducir. El esfuerzo fue menor. Sin embargo, no veía nada a los lados, salvo lo más inmediato. Empezó el bosque tupido de coníferas, la montaña tranquila y envarada. El descenso acreditaba que estaba bajando el escalón geológico de la meseta, o esa idea tenía.

Me impactó la visión de Cofrentes y su castillo sobre otra peña en la confluencia del Cabriel y el Júcar. Si no hubiera tenido un poco de prisa hubiera parado en los distintos miradores, como hice al regreso. Continúo hasta el puente de hierro, lo cruzo, me paso el desvío hacia el embarcadero, doy la vuelta y llego sin mayores problemas.

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