Hubo momentos en que el miedo
parecía dispuesto a someterme, y no por la posibilidad de ser devorado por
algún ser más apropiado de leyendas y mitos populares. No se diferenciaba la
carretera y miraba con ansia el móvil que utilizaba como navegador. Menos mal
que había salido con tiempo porque mi velocidad era lenta. La niebla se
estrellaba contra el parabrisas y se compinchaba para que mi percepción fuera aún
menor.
Al salir de la provincia de
Albacete y entrar en la de Valencia la niebla suavizó su malintencionado efecto
y la visibilidad fue un poco mejor para conducir. El esfuerzo fue menor. Sin
embargo, no veía nada a los lados, salvo lo más inmediato. Empezó el bosque
tupido de coníferas, la montaña tranquila y envarada. El descenso acreditaba
que estaba bajando el escalón geológico de la meseta, o esa idea tenía.
Me impactó la visión de Cofrentes
y su castillo sobre otra peña en la confluencia del Cabriel y el Júcar. Si no
hubiera tenido un poco de prisa hubiera parado en los distintos miradores, como
hice al regreso. Continúo hasta el puente de hierro, lo cruzo, me paso el
desvío hacia el embarcadero, doy la vuelta y llego sin mayores problemas.
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