El día ha amanecido cerradísimo
por una densa niebla que impide ver a dos palmos. Es una exageración, claro. Ya
me lo había advertido el de la recepción del hotel la noche anterior cuando
charlamos un poco y le pregunté cómo llegar a Cofrentes. Luego abrirá y se
quedará un día de sol intenso, como de verano. Mañanitas de niebla, tardes de
paseo, que dice el refrán.
Si la visión buena de Alcalá es
por la mañana, al impactar directamente la luz del sol sobre las casas
incrustadas en la roca, me temo que no voy a gozar de ese privilegio y tendré
que conformarme con los contraluces de tarde. Así de dura es la vida.
Después de un buen desayuno he
tomado el coche y he salido por ese zigzag que salva el violento desnivel desde
la meseta hasta el pueblo y el río. Aquí aún la niebla era comprensiva y se
dejaba atravesar. Arriba estaba agarrada a la carretera como si fuera a arrojarse
como una fiera sobre mi coche.
Es paradójico: me ha gustado no
ver nada. La niebla ha provocado que tuviera que concentrar toda mi atención en
la conducción y toda mi imaginación en descubrir el paisaje que atravesaba,
fantasmal, misterioso, incomprendido.
El primer tramo era plano y los
árboles escasos, al menos los que se dejaban ver, los que la niebla ponía a mi
disposición. Los pueblos eran imposibles de determinar. Los descubriría a mi
regreso, pequeños, con la torre de la iglesia como referencia. La España
deshabitada, la agrícola, la que bosteza mientras trata de subsistir
0 comments:
Publicar un comentario