Está claro que toda la gente que
no he encontrado en los otros pueblos se ha concentrado en Ayora, el pueblo más
grande y populoso, la capital de la comarca.
Me cuesta aparcar. Lo hago en un
descampado a las afueras. La razón de este aluvión de gente es la celebración
de la Feria de la Miel durante este puente del Pilar. Ayora es un gran
productor a nivel global.
El pueblo está engalanado y en
sus calles se han instalado carpas y chiringuitos donde los visitantes comen,
beben y disfrutan bajo la intensa luz, que ha querido hacer los honores al
festejo. Las terrazas están a rebosar y es complicado avanzar. Las abejas han
obrado el milagro. Ayora es un pueblo próspero.
Para el que quiera hacer un
turismo más cultural aconsejan visitar el poblado íbero de Castellar de Meca.
Esta es también zona de arte rupestre levantino en los abrigos de Tortosilla y El
Sordo. Enfilo hacia el barrio medieval y me voy orientando con la figura del castillo.
La oposición de Ayora al avance de las tropas de Felipe V en la Guerra de Sucesión
a principios del siglo XVIII causó su destrucción. Aún se yerguen sus muros con
orgullo. Desde su posición, cómo no, hay una excelente vista sobre el pueblo y
el campo circundante. Destaca la imponente figura de la iglesia parroquial de Nuestra
Señora de la Asunción. En el recinto amurallado, Santa María la Mayor.
No sé si por este valle se
perdió la gloria, la ensoñación de la heroica. No faltan batallas, guerras,
revueltas, algaradas y protestas. Puede que al derribar los muros de los
castillos la gloria evacuara sus encantos y se fuera a otros lugares más
propicios. Los veo desde abajo y no siento que se enaltezca mi alma. Aunque
también puede ocurrir que yo haya perdido la sensibilidad para identificar esa
heroicidad adormecida que hace tiempo fue y que no tiene intención de despertar
en estas primeras décadas del siglo.
Está claro que hoy estoy espeso,
a pesar de que la niebla se ha marchado de puente y ha dejado a la
transparencia para que le guarde el sitio en estos lares.
Me dejo llevar por las calles
sin aglomeraciones que combinan el blanco de las fachadas con el azul intenso y
mediterráneo de los marcos de puertas y ventanas. Todo está primorosamente
adornado.
Ese deambular sin rumbo me juega
una mala pasada: me he desorientado. Cuando quiero salir y buscar el
aparcamiento me confundo. Pregunto en la Guardia Civil, donde hay jolgorio por
la fiesta nacional. Dos son los aparcamientos que han habilitado para la
ocasión. Les describo cómo he llegado y me mandan al que les parece más lógico.
El otro está en el otro extremo del pueblo. Con cierta ansiedad y esfuerzo
encuentro el lugar.
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