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La Manchuela y el valle de Ayora 27. Comida en Almansa y reflexión final.


 

El despiste se ha cobrado su tiempo. Mi intención es comer en Almansa, donde creo aún recordar algunos buenos sitios para comer. Los hay, pero abarrotados por la fiesta.

En una terraza cerca del ayuntamiento me siento evitando que me dé el sol. El camarero se excusará varias veces por atenderme tarde y tardar mucho en servirme. La comida está rica.

Emprendo la ruta hacia la playa, donde me esperan mi cuñada y mi hermano para seguir disfrutando del puente.


 

“Escribir un libro o viajar -según Graham Greene- permiten huir de la rutina diaria, del miedo al futuro”. Por eso fui escribiendo durante esos tres días de viaje y en los días sucesivos. Desde luego, abandoné mis rutinas porque necesito entrenarme para los nuevos tiempos que me permitirán una vida más alejada de esas seguridades monótonas a las que nos conduce el trabajo que, con el sudor de nuestra frente, hace ganar el pan de cada día. El temor a no ganar dinero, a qué ocurrirá mañana, atenaza e impide vivir nuestros sueños. El miedo es destructivo, aniquila las ilusiones.

Creo que ha llegado el momento de relajar mis obligaciones diarias y entregarme a los placeres: viajar, escribir un libro. O un simple relato de una breve excursión. Las píldoras, de viajes, escritura o placeres, también funcionan. Y para ello hay que dejar fluir el tiempo. Es muy probable que los grandes problemas del mundo no se solucionen con mi intervención. Menos aún le podremos echar la culpa a unas pellas inocentes. Mi influencia en el mundo es pequeña, no sé si diminuta. O quizá no, y estoy subestimando lo que sí puedo hacer por el mundo desde la narración de mis sentimientos viajeros. Mi transformación por el viaje y por el relato pueden mover montañas. Ya sabes que una mariposa pudo crear una tempestad con la simple vibración de sus alas. De qué no seré capaz yo.

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