El despiste se ha cobrado su
tiempo. Mi intención es comer en Almansa, donde creo aún recordar algunos
buenos sitios para comer. Los hay, pero abarrotados por la fiesta.
En una terraza cerca del
ayuntamiento me siento evitando que me dé el sol. El camarero se excusará
varias veces por atenderme tarde y tardar mucho en servirme. La comida está
rica.
Emprendo la ruta hacia la playa,
donde me esperan mi cuñada y mi hermano para seguir disfrutando del puente.
“Escribir un libro o viajar
-según Graham Greene- permiten huir de la rutina diaria, del miedo al futuro”. Por
eso fui escribiendo durante esos tres días de viaje y en los días sucesivos.
Desde luego, abandoné mis rutinas porque necesito entrenarme para los nuevos
tiempos que me permitirán una vida más alejada de esas seguridades monótonas a
las que nos conduce el trabajo que, con el sudor de nuestra frente, hace ganar
el pan de cada día. El temor a no ganar dinero, a qué ocurrirá mañana, atenaza
e impide vivir nuestros sueños. El miedo es destructivo, aniquila las
ilusiones.
Creo que ha llegado el momento
de relajar mis obligaciones diarias y entregarme a los placeres: viajar,
escribir un libro. O un simple relato de una breve excursión. Las píldoras, de
viajes, escritura o placeres, también funcionan. Y para ello hay que dejar
fluir el tiempo. Es muy probable que los grandes problemas del mundo no se
solucionen con mi intervención. Menos aún le podremos echar la culpa a unas pellas
inocentes. Mi influencia en el mundo es pequeña, no sé si diminuta. O quizá no,
y estoy subestimando lo que sí puedo hacer por el mundo desde la narración de
mis sentimientos viajeros. Mi transformación por el viaje y por el relato
pueden mover montañas. Ya sabes que una mariposa pudo crear una tempestad con
la simple vibración de sus alas. De qué no seré capaz yo.
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